El frío golpeaba la piel de cada uno de sus hombres.
Habían logrado colarse en el Bosque oscuro a pesar de los peligros que rodeaban a este, sin embargo, no les importó.
Tres días habían transcurrido pero aún no habían llegado al centro de la manada.
A duras penas habían descansado un poco mientras hacían guardias y se adentraban más.
Al parece el Alfa del Bosque oscuro confiaba plenamente en que nadie penetrara sus tierras porque había sido sospechosamente fácil llegar a donde estaban. A penas se había topado con uno que otro híbrido que había caído muerto enseguida por sus manos.
—Duérmete, hembra —gruñó Kian al ver a la loba moverse entre las sábanas que había traído—. Te dije que no deberías venir aquí.
Él estaba sentado a su lado vigilándolo todo y de reojo vio como ella se incorporaba otra vez.
Siempre parecía tan enérgica que lo irritaba.
—¿Y perderme de toda la acción? Eso sería muy aburrido.
Kian frunció el ceño mirándola y ella le sonrió.
—Eres extraña.
—Eso me hace especia