Sebastian se recostó hacia atrás, cruzó sobre el pecho y estiró una pierna. No apartó la mirada de Gemma ni por un instante. Incluso durante el desayuno le había resultado imposible dejar de observarla. En parte porque estaba absorto en su belleza y no se cansaba de admirarla… pero también porque temía que, si lo hacía, ella pudiera desvanecerse.
Aún trataba de asimilar que aquello no era un sueño. Había pasado tanto tiempo deseando tenerla en su cama que no le habría sorprendido descubrir que todo era producto de su imaginación. Aunque despertar a su lado se había sentido tan real como el agua resbalando por cada curva de su cuerpo mientras la ayudaba a bañarse.
Su mirada descendió, deteniéndose en cada punto que podía alcanzar desde su asiento, como si quisiera grabarla a fuego en su memoria. Se había vestido, lo cual era una verdadera lástima. Quería volver a admirar su piel sin barreras, recorrerla con la boca, saborearla entera, despacio, hacerla gemir hasta que su garganta le do