122. Refuerzos
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El hospital estaba en calma, solo el sonido lejano de algunos monitores rompía el silencio.
Gabriel se mantenía de pie, apoyado contra la pared, observándola con los brazos cruzados. Su mirada oscura recorría cada rasgo de Zaira, como asegurándose de que estaba bien, como si su sola presencia pudiera protegerla de cualquier otro daño.
Zaira suspiró y se acomodó en la camilla, con el tobillo vendado y elevado sobre una almohada.
—No tienes que quedarte aquí toda la noche —dijo en voz baja, aunque en realidad no quería que se fuera.
Gabriel esbozó una media sonrisa, esa que le hacía ver peligroso y encantador a la vez.
—No voy a dejarte sola.
Ella sintió un calor en el pecho, pero rodó los ojos.
—No es gran cosa, solo un esguince.
Gabriel se acercó lentamente hasta quedar al borde de la camilla.
—Para mí sí lo es.
Zaira parpadeó, sorprendida por la seriedad en su voz.
Él extendió la mano y le acarició la mejilla, su dedo rozando la piel con una ternura que contrastaba con