Bruja de lobos. 2
La besó despacio, con una timidez inesperada, como si temiera romperla, un roce cálido, dulce, que contrastaba con toda la tormenta que los había envuelto. Aileen, nerviosa, con el corazón a punto de escapársele del pecho, lo correspondió con torpeza, sus labios temblaban, no por rechazo, sino por los nervios que le erizaban cada fibra del cuerpo, era un beso inocente y al mismo tiempo peligroso, porque ambos sabían que, después de ese instante, nada volvería a ser igual.
Leo se separó apenas unos centímetros, sus labios rozando todavía los de ella, y le susurró con la voz temblorosa, como si se le escapara una súplica de lo más hondo.
— No quiero seguir siendo castigado por malos entendidos, por favor, Aileen, dame una oportunidad, déjame demostrarte que soy un buen chico. — los ojos de ella brillaban por las lágrimas contenidas, y su voz salió quebrada.
— Estoy confundida, yo no te creo nada todavía. — Leo cerró los ojos un instante, como si esas palabras fueran un golpe directo al