#67:

Como en el hotel aún no sabían que me habían echado del trabajo, monsieur Renuad y el resto del personal se desvivieron en apresurarse y ayudarme cuando les comuniqué que un problema familiar me obligaba a regresar de inmediato a Nueva York. Solo hizo falta media hora para que un pequeño ejercito de empleados me reservara una plaza en el siguiente vuelo a Nueva York, me hicieran las maletas y me subieran a una limusina rumbo al aeropuerto Charles de Gaulle.

El conductor era muy charlatán, pero apenas le presté atención; quería disfrutar de mis últimos momentos como la ayudante peor-pagada-pero-más-contenta del mundo libre. Me serví una última copa de champán muy seco y bebí un largo trago. Había tardado doce meses y medio, 44 semanas y unas 3.080 horas de trabajo en comprender, de una vez para siempre, que " poner mi trabajo como mi mayor prioridad" no era lo mejor para mí.

En lugar de un chófer uniformado sosteniendo un letrero, al salir de la aduana encontré a mis padres, que se
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