—¿Diga? —Mi voz sonó enérgica, como si no estuviera tumbada en cueros sobre una mesa, cubierta de aceite y amodorrada.
— Yessica, comunica a la gente del Hungaro que esta noche no podré ir. Asistiré a una fiesta y espero que me acompañes. Te quiero lista dentro de una hora.
—Claro… claro —tartamudeé, y colgué mientras intentaba asimilar el hecho de que iba a salir con Markus. Recordé el día anterior (cuando me dijo en el último momento que debía acompañarlo) y temí que me diera un soponcio. Di las gracias a la masajista, cargué el masaje a la cuenta de la habitación aunque solo había durado diez minutos y subí a toda prisa para decidir la manera de sortear ese nuevo obstáculo.
Empezaba a estar harta.
Apenas tardé unos minutos en dar con el peluquero y el maquillador (dicho sea de paso, no eran los míos. A mí me había tocado una mujer gruñona cuya mirada de desesperación la primera vez que me vio todavía me perseguía.Markus, en cambio, tenía un par de gays que parecían recién salidos