Algo había cambiado. Algo oscuro, algo irreversible
La sala de reuniones estaba sumida en una penumbra artificial, las luces de la ciudad que se asomaban a través de los ventanales apenas iluminaban el rostro tenso de Sebastián. Sentado en su silla de cuero, cruzado de brazos, observaba a Javier sin inmutarse. Su rostro mostraba una expresión de fría determinación, pero su mente estaba en pleno caos. Sabía que en ese momento no solo se jugaba el destino de su imperio, sino también su vida personal. Las piezas del tablero de ajedrez que se había forjado durante años estaban ahora al borde del colapso, y él no podía permitir que nada ni nadie lo despojara de su control. No de nuevo.
Javier se recostó tranquilamente en su silla, observando a Sebastián con esa sonrisa tan característica que siempre tenía. Una sonrisa que parecía disfrazar la desconfianza, la malicia y la arrogancia que había aprendido a ocultar tan bien. Sus ojos brillaban con una mezcla de desafío y satisfacción. Sabía que las tensiones entre ellos habían alcanzado su pun