La saqué de entre los escombros y el cristal roto, sosteniéndola del brazo con firmeza. Caminaba como como si estuviera ida, sus pasos eran vacilantes y sus ojos, aún vidriosos por el shock, miraban sin ver. El sonido de las sirenas empezaba a oírse a lo lejos, pero no podía esperar. Necesitaba sacarla de allí, necesitaba que reaccionara.

—Charlotte —dije, con una voz más firme de la que pretendía, deteniéndome frente a ella y sujetándola por los hombros. La forcé a mirarme—. Charlotte, escúchame. Tienes que respirar. Ya pasó. Estás a salvo.

Ella parpadeó varias veces, como si saliera de un trance. Su mirada se enfocó en la mía, y por un momento, solo hubo confusión. Luego, el terror retrocedió, dejando paso a una vergüenza incómoda. Ver cómo aquellos ojos verdes se dilataban y volvían a la normalidad, fue hipnótico.

—Lo siento… —susurró, bajando la mirada—. Y… Gracias. Gracias por… Salvarme la vida.

—No fue nada —mentí, soltándola.

Sinceramente, si fue mucho. No entendí como mi cu