Capítulo 32: Secuestro en Alta mar.
Hice lo posible por calmar mi respiración, alejar el miedo que se fundía en mi pecho, pero los gritos de David no ayudaban. Lo escuchaba proliferar contra Frederick y el resto del mundo mientras golpeaba el volante.
Mi extremidad inferior se estaba enfriando, como si la sangre en mi cuerpo se estuviera congelando.
El auto se detuvo y David se bajó. Tragué saliva al verlo abrir la puerta trasera.
—¿Dónde estamos? —susurré, tratando de reincorporarme.
—¡Charlotte, ya deja de hacer preguntas estúpidas y baja del auto! —gritó, golpeando la puerta.
El hombre que estaba frente a mí tenía una mueca de enfado y desesperación. Sus fosas nasales estaban muy abiertas y sus ojos marrones estaban más oscuros que nunca.
No lograba reconocerlo.
No era el mismo hombre que me miró en el hospital después de dos años sin vernos. No era el mismo hombre que fue a verme encubierto después de la biopsia, el que se preocupó por mí.
Sus dedos se clavaron como garfios en mi brazo y me bajó del coche.