La puerta de la habitación se cerró detrás de mí. Podía escuchar cada latido de mi corazón, cada respiración. Éramos él y yo de regreso en nuestra burbuja, con Cenizas como intermediario.
O eso pensé, hasta que vi al traidor desaparecer dentro del baño, agitando su cola grisácea.
—Desnúdate —ordenó, arrojando su abrigo sobre el sofá.
Parpadeé, impactada por su orden. Esperaba una discusión mezclada con enfado y palabras mordaces, no esto.
Y aún así, con manos temblorosas, empecé a desvestirme bajo su atenta mirada, quedándome en ropa interior. Enarcó una de sus cejas mientras miraba mi sostén. No necesitó decir nada para que yo lograra entender. Me lo desabroché, dejando que cayera en el suelo.
A pesar de que él ya conocía mi cuerpo de pies a cabeza, cubrí mis senos con las manos, sintiendo que el corazón me comenzaba a latir más rápido.
Se paró frente a mí. El olor a colonia y menta me golpeó. Jamás estuve más consciente sobre mi desnudez como ahora.
—¿Estás herida? —preguntó