41SeraEl coche comenzó a sacudirse y a hacer sonidos raros; había ido demasiado rápido, había forzado demasiado el motor. A lo lejos vi un pequeño pueblo polvoriento, como salido de otra época, iluminado apenas por unos faroles viejos.El corazón me latía tan fuerte que me dolía.Conduje a trompicones hasta que el coche se detuvo frente a lo que parecía ser una tienda de abarrotes antigua. Me bajé temblando, tropezando con mis propios pies, mientras miraba hacia todos lados, temiendo que el último de esos monstruos apareciera entre las sombras.Una anciana de cabello blanco como la nieve, encorvada, pero con ojos increíblemente vivos, salió de la tienda con un farol en la mano.—¿Niña? ¿Estás bien? —preguntó, su voz rasposa cargada de preocupación.—Ayúdeme, por favor... por favor... —balbuceé, acercándome a ella con lágrimas en los ojos.La mujer dejó el farol y me sujetó por los brazos con firmeza sorprendente para su edad.—Vamos adentro, rápido —ordenó.La seguí como pu
42BlakeEl chirrido violento de unas llantas rompió la calma del pequeño pueblo al que me había guiado Seraphina por teléfono. Apreté el volante con tanta fuerza que sentí crujir el cuero bajo mis dedos.Salté de la camioneta sin perder tiempo, con el corazón desbocado y una furia tan densa que me quemaba por dentro. La desesperación me arañaba la garganta.—¡¿Dónde está?! —rugí, mi voz estallando como un trueno en medio de la nada.La anciana que me esperaba en el porche palideció y, temblorosa, solo atinó a señalar hacia el interior de la casa. No necesitaba más.De una patada abrí la puerta, la cerradura voló hecha pedazos. Mis ojos encontraron de inmediato su figura en el suelo. Seraphina. Inmóvil. El rojo maldito de su sangre extendiéndose como una condena sobre las tablas.—¡Sera! —grité, y me lancé de rodillas a su lado.La tomé con el mayor cuidado posible, aunque me temblaban las manos. Era demasiado liviana… demasiado frágil.—Se desmayó hace poco… estos huesos ancianos no
43Seraphina Desperté aturdida, con el sol entrando a raudales por la pequeña ventana de la habitación. Todo se sentía borroso, como si mi mente flotara en una nube densa. Estaba sola. Intenté acomodarme un poco en la cama, pero el dolor agudo en mi vientre me hizo detenerme en seco. Un gemido se me escapó y las lágrimas llenaron mis ojos sin pedir permiso.Escuché unos pasos acercándose, y luego, el leve chirrido de una puerta abriéndose. Levanté la mirada, y ahí estaba él. Ryder. De pie, frente a mí, con el rostro marcado por el cansancio y algo más… ¿agravio? ¿remordimiento?—¿Nena? ¿Estás bien? —preguntó con voz baja.Me retiré ligeramente hacia atrás, aun dudando. Aún sin confiar del todo en que estuviera ahí por mí... o por mis hijos. No sabía si estaba soñando o si en cualquier momento iba a levantar la voz o lastimarme como otros lo habían hecho antes.—¿Dónde está mi hermano? —pregunté con voz ronca, apenas un susurro.Ryder se acercó con cautela y me tendió una botella de a
44RyderEn cuanto puse un pie en el hospital ese idiota de Blake me golpeó y lo dejé hacerlo. No porque le tuviera miedo.—¡Eres un imbécil! —me gritó Blake ya habían caído varios puñetazos en mí.No me defendí. Sabía que me merecía esos golpes y, aunque mi piel sanaba rápido, no podía borrar el dolor que sentía por dentro.Me sentía tan jodidamente culpable… no poder venir antes, no estar cuando ella más me necesitaba. Pero la luna llena…Estaba tratando de contener las ganas de transformarme. En cuanto salí de la tienda de esa anciana, no aguanté más. Corrí al bosque, me deshice de mi ropa, y dejé que mi lobo tomara el control.Cacé conejos hasta que mi mente se despejó, hasta que el instinto bajó lo suficiente como para volver a pensar. Entonces corrí tan rápido como pude hacia el hospital que la anciana me había mencionado.—Lo sé… sé que le hice daño, pero no fue mi intención —le dije cuando Blake me volvió a mirar con odio.—¡Cuatro cachorros, señor Thorne! —escupió con rabia.
45SeraUnos golpes suaves en la puerta me sacaron del letargo, pero no contesté. No tenía fuerzas. No tenía voz.A los segundos, la puerta se abrió despacio. No me moví. Solo me encogí un poco más entre las sábanas húmedas por las lágrimas.—Sera… —la voz de Blake sonó cautelosa, casi en un susurro. No sé si por miedo a molestarme o por lo que vio al entrar.Me di cuenta de cómo debía verme: hecha un ovillo, con el rostro hinchado, las mejillas empapadas, los ojos enrojecidos. Vulnerable. Rota.—Te traje algo ligero —dijo, dejando una bandeja sobre la mesita—. Solo fruta, un poco de té… No has comido nada en horas.Asentí apenas, sin mirarlo, sin intención de probar bocado.Blake se acercó con cautela y se sentó en el borde de la cama, sin invadir mi espacio, pero lo bastante cerca como para que sintiera su presencia.—¿Qué pasó? —preguntó, con voz baja.No pude evitarlo. Todo lo que había guardado dentro salió de golpe.—Dijo… dijo que es un lobo. Un maldito cambiaformas, Blake. Que
1SeraphinaLlevo seis meses trabajando en Enterprise Éter, para el mismísimo Ryder J. Thorne.La primera vez que lo vi, no pude evitar babear un poco. O sea, ¿cómo no hacerlo? Ese hombre parecía sacado de una campaña de ropa cara: alto, cabello oscuro siempre perfectamente despeinado y una mirada capaz de atravesarte sin pestañear. Pero el encantamiento me duró lo que un suspiro. Recordé que necesitaba el trabajo y que babear por el jefe estaba al final de la lista de cosas que no debía hacer jamás.—¡Astor! —gritó desde su oficina, y pegué un salto en mi silla.Juro que lo hace a propósito. Le gusta asustarme. Estoy segura de que debe reírse por dentro cada vez que pego un respingo como si me hubieran disparado.—Dígame, señor Thorne —respondí al entrar en su oficina, mi campo minado personal. Llevaba la tablet entre las manos, lista para anotar lo que sea que se le hubiera ocurrido esta vez.Él no levantó la vista. Solo hojeaba los documentos que, por cierto, yo misma le habí
2SeraphinaHan pasado casi tres años desde que mi jefe y yo... no quiero ni decirlo.Salimos de una reunión que se había extendido más de lo que el señor Thorne había previsto, y eso significaba una cosa: mal humor asegurado. Su aura de "no me toques o muerdo" era tan densa que se podía cortar con un cuchillo.La única que se atrevía a acercarse a él en ese estado era yo. Porque era la única a la que no mordía... al menos no siempre. Suspiré, más para mí que para alguien más, mientras lo seguía por el pasillo.—¿Por qué suspira, señorita Astor? —preguntó de pronto, con ese tono seco que usaba cuando estaba irritado.Me sobresalté ligeramente, sin detenerme.—Señor Thorne, tengo que ir al médico —dije, sin mirarlo.—¿Cómo que al médico? ¿Por qué? ¿Te sientes mal? —se detuvo de golpe, lo que me obligó a frenarme justo a tiempo.—No, no —negué con la cabeza, mintiendo un poco. No quería que se metiera en mis asuntos. Me ponía nerviosa cuando me miraba con esos ojos grises, fríos
3Seraphina Seguí con mi trabajo como si nada hubiera pasado, en la tarde luego de la última junta del día. Caminaba detrás de mi jefe, Ryder Thorne, con unas carpetas en la mano. Sus piernas largas y su estatura imponente lo hacían parecer una montaña en movimiento. Un solo paso suyo equivalía a dos, a veces tres de los míos, así que pasaba el día entero trotando detrás de él como un perrito bien entrenado.—Dile a Oliver Willow que venga en media hora. Necesito la licitación de esa empresa —ordenó con voz firme, sin molestarse en mirar a los lados.Si lo hiciera, su mirada se tornaría fría, con ese desdén que reservaba para quienes babeaban a su paso… que eran muchos. Mujeres, hombres, no importaba. Todos volteaban a mirarlo con una mezcla de deseo y temor. Ryder Thorne imponía, sin necesidad de alzar la voz.—Sí, señor Thorne —murmuré apenas, lo suficientemente bajo para no molestar su concentración.Entramos al ascensor. Esta vez él se colocó detrás de mí. Sentí su presencia