Me mantuve firme, inquebrantable, mientras los lobos de la manada se ponían cada vez más ansiosos. Eran lo suficientemente inteligentes para no enfrentarse a mí directamente, pero su ira pronto encontró un nuevo blanco: Verónica, la loba que había provocado todo ese caos.
—¡Tú eres la culpable de todo esto, traidora engañosa! —gruñó uno de los lobos de rango inferior, con su voz cargada de veneno—. ¡Ni siquiera te molestaste en verificar los rumores antes de esparcirlos por la manada!
—¡Exacto! ¡Eres la causa de todos nuestros problemas, ahora todos estamos en riesgo por tu estúpida imprudencia! —bufó otra loba, con el pelaje erizado por la ira.
—¡Y pensar que te decías compañera del alfa! ¿No tienes vergüenza? —escupió un tercer lobo, su desprecio goteaba en cada palabra.
—Intentamos ser tus amigos, pensando que tenías algo de influencia, ¿y así nos pagas? ¡Deberías cargar con las consecuencias de toda esta destrucción! —ladró otra, con la furia evidente en su voz.
—¡Exacto! —se unió