Cerca de la barra del club "El Infinito", Diana Acosta observaba con una calma inusual al tipo que bebía en silencio. Desde que llegó, se había dedicado a tomar muy despacio, no como tantos otros que apuran las copas para ahogar sus penas, sino sorbo a sorbo, como si estuviera catando el licor. Sin embargo, ella sabía que estaba herido.
—Fray, ¿pasó algo? —preguntó Diana con suavidad.
En todos los años que llevaba de conocerlo, pocas veces lo había visto así. La última vez, recordaba, había sido por Claudia. ¿Y ahora, por quién sufría?
—Diana, ahora no quiero hablar.
Efraín levantó su vaso, dio un sorbo y se quedó acariciando la base de cristal con los dedos, su mirada intensa pero indescifrable.
Ella se quedó quieta a su lado, observándolo. Era una mujer inteligente que siempre sabía cuándo avanzar y cuándo detenerse; si él no quería hablar, forzarlo no serviría de nada. Solo podía acompañarlo en silencio y esperar a que él decidiera abrirse.
—Oye, Diana… la otra vez me dijiste que t