Efraín apenas fue consciente del camino a casa. Un ruido en el piso de arriba lo alertó y, sin pensarlo dos veces, subió corriendo los escalones. Al entrar en la habitación, la encontró doblando su ropa con cuidado, su frágil figura luchando por meter todo en una maleta. Eran las mismas prendas que había traído consigo el día de la boda.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —la cuestionó, mirándola con furia. Se acercó y le arrebató la maleta de las manos—. ¿Qué te molesta? Dímelo de una vez, no tienes por qué hacer un drama.
—Devuélvemela. No tengo ningún problema. Ya te expliqué mi decisión y es hora de que regrese a mi casa. El acuerdo de divorcio está sobre la cama. Solo necesitas firmarlo. No voy a pedirte nada, porque aquí no me pertenece nada. Únicamente me llevo mis cosas —respondió Bianca, señalando una hoja de papel sobre el colchón.
Las palabras lo dejaron pasmado, y la sujetó del brazo con una fuerza desmedida.
—¿De verdad te vas a ir, así como si nada?
Bianca lo observó.