Aquella mañana, Brenda estaba sentada en la cama con el teléfono en la mano. Su mirada se perdía en el vacío mientras reflexionaba. Desde que había salido de la oficina de Haidar el día anterior, no había podido dejar de pensar en los recortes de periódico que había encontrado. La inquietud la carcomía por dentro, pero al mismo tiempo sentía que hablar de ello con alguien más podría ser un error. Dudaba si debía llamar a Madelaine y contarle lo sucedido o guardar el asunto para sí misma.
Tras varios minutos de indecisión, Brenda finalmente decidió que no podía soportar más lidiar a solas con esos pensamientos. Marcó el número de su amiga, y Madelaine respondió casi al instante, con su tono amistoso de siempre.
—¡Qué bueno que me estás llamando! ¿Cómo has dormido?
Brenda sonrió, agradecida por la familiaridad en la voz de su amiga.
—He dormido bastante bien, gracias. Aunque… como ya te comenté ayer que estuve en la oficina de Haidar, tengo algo que contarte.
El tono de Madelaine cambió