Marlene estaba decidida. Su corazón ardía de odio y resentimiento, y su único objetivo era enviar a Haidar al infierno. No le importaba lo que tuviera que hacer o a quién tuviera que arrastrar en el proceso. Él pagaría por todo lo que le había hecho, por cada lágrima que había derramado, por cada noche en la que el dolor la había consumido.
Durante días, planeó cuidadosamente el golpe. Sabía que no bastaba con herirlo emocionalmente; quería destruirlo públicamente, despojarlo de su reputación y dejarlo expuesto ante todos. Y finalmente, encontró el momento perfecto para actuar. Era hora de desatar su venganza.
En su oficina, Haidar estaba sumergido en su trabajo diario, revisando documentos y atendiendo llamadas importantes. Todo parecía ser un día como cualquier otro, hasta que Aurora, su asistente, ingresó apresuradamente. Su rostro estaba pálido, y había una mezcla de nerviosismo y urgencia en sus ojos.
—Señor, hay algo de lo que debo informarle —comenzó diciendo, con un tono tenso