Capítulo 50: Una demanda justa.
Tal como cada día, Mateo abre los ojos y dirige su mirada a la fotografía que está al lado de su cama en donde Vania está sonriendo feliz en medio del campo en la villa de Prato, la luz del sol le da un aire angelical y eso lo hace sonreír también al tiempo de llorar.
Mira al techo, suspira como si le doliera hacerlo y sale de la cama con la intención de moverse un poco. Ese día quiere romper con aquella rutina que tenía en Prato, por lo que luego de refrescarse un poco, se coloca una playera algo más ligera y se va al gimnasio que tiene su padre en casa, el mismo que no usa hace años, lo que queda claro cuando se encuentra que tiene algo de polvo.
Sin darse cuenta de lo que hace, comienza a caminar, luego aumenta el ritmo a un trote suave y termina corriendo, corriendo y llorando porque siente que algo lo sigue.
Cuando el pecho está a punto de estallarle para la máquina, se baja de ella y camina al balcón, en donde llena sus pulmones de aire, sintiendo un alivio importante que lo llev