En el cuarto Vania se siente feliz, Mateo llegó y aunque se notaba algo enojado al inicio, se preocupó por ella cuando le dijo que estaba en el hospital.
Se coloca un vestido amplio, que le llega a las rodillas, se suelta el cabello para que caiga en ondas tras su espalda y se delinea sus ojos ámbares, una última sonrisa al espejo, los zapatos de tacón bajo y camina para ir por su esposo.
Al llegar a la sala, no lo ve allí, toma su bolso para seguir buscándolo, así es como llega al despacho, pero su cuerpo se envara en el mismo momento que se encuentra la imagen del hombre por completo transformada.
—¿Mateo? ¿Estás bien?
—No, no lo estoy… —se gira para verla y la ve tan condenadamente hermosa, que su cuerpo no puede evitar la reacción de siempre.
Se lanza sobre ella como un depredador a su presa, la besa con ferocidad, mientras sus manos bajan a los muslos de su mujer, la levanta por las nalgas y la sienta en el escritorio.
—Mateo… por favor, primero… primero tenemos que hablar…