Juliette Moreau

Desde lo que pasó en el avión en el vuelo desde Boston, Aston no me ha dicho nada en lo absoluto. Ha estado sumergido en el trabajo y yo no pienso darle caña para que siga con las actitudes de m****a.

Tengo mis motivos para soportar. Tengo mis razones para actuar cómo lo hago, y ya dije que voy a entrar en su juego, pero no con sus malditas reglas, porque yo también sé moldearlas a mi favor.

Estoy terminando el informe de la última reunión que tuvimos con el grupo de marketing, uno que debo entregarle en un par de horas, cuando el teléfono de mi escritorio suena y sé, por el botón que se ilumina en el tablero, que es la línea directa que tengo con él.

Echo mi cabeza hacia atrás con una mueca de fastidio, porque no he terminado de hacer una cosa, cuando sé que ya va a pedirme otra.

Así es él, no me da tregua alguna y aunque no me molesta trabajar duro, me pide cosas que no me corresponden. Sé que lo hace solo para fastidiarme, para que yo me rinda y tire la toal