Respiré hondo, sabiendo lo que tenía que hacer. Sabía que, aunque aceptar la propuesta de Clara me rompiera un poco por dentro, era la única forma de asegurarle a mi hija un futuro sin carencias. No podía darle a Luna todo lo que se merecía yo solo. Por más que me esforzara, la realidad era que, sin ayuda, ella siempre sentiría esa falta, ese vacío que tanto me costaba reconocer.
Le acaricié el cabello y, con el nudo en la garganta, le hice la promesa que sabía que cambiaría nuestras vidas para siempre.
—Luna… sé que quieres ir a ese viaje, y sé que también quieres una mamá. Yo… yo voy a asegurarme de que la tengas. Muy pronto vas a poder ir a ese viaje, y te prometo que todo va a cambiar, que vas a tener una mamá que te quiera, que esté contigo en esos momentos.
Sus ojos se abrieron, confundidos y, al mismo tiempo, esperanzados. Yo la abracé fuerte, sin poder evitar que mis propios ojos se humedecieran. Sabía que estaba haciendo lo correcto, pero también sabía que estaba traicionando