Después de ser traicionada y abandonada en un hospital psiquiátrico, Renata Moretti fue borrada de la vida de su esposo, Ángelo Bellucci, y despojada de lo que más amaba: su hijo. Durante meses, Renata soportó un tormento físico y mental que casi la destruye. Pero, en su dolor, encontró la fortaleza para sobrevivir y una promesa inquebrantable: regresar para reclamar lo que le fue arrebatado y hacer que cada uno de los responsables pague. Con una nueva identidad y un propósito tan ardiente como su odio, Renata regresa al mundo de los Bellucci dispuesta a desmoronar su imperio. Pero Ángelo no es el mismo hombre que la traicionó, y al verla nuevamente, descubre que la mujer a la que creyó perdida para siempre ha renacido más fuerte y bella, con un misterio y una intensidad que lo obsesionan. Decidido a recuperar el amor de su "esposa olvidada," Ángelo intentará reconquistar a Renata, ignorando que ella solo busca su propia justicia. ¿Podrá Renata cumplir su venganza sin dejarse atrapar nuevamente por el amor? ¿O caerá en la trampa de quien una vez destrozó su vida? Registrada en 07/11/2024 2411XXXXX8264 Aviso Legal: Se prohíbe la reproducción total o parcial, copia, distribución, adaptación, o cualquier forma de explotación de este material, ya sea en formato físico o digital, sin la autorización expresa y por escrito del autor. Cualquier uso no autorizado constituye una violación a las leyes de derechos de autor y será penalizado conforme a la ley. Esta es una obra de ficción. Los personajes, nombres, lugares, eventos y situaciones descritas en este libro son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o fallecidas, o con hechos reales es pura coincidencia.
Leer más—¡Aaaaaah!
El grito desgarrador de la mujer sacudió la mansión, como una alarma que encendía el caos en un instante.
Renata, la dueña de la mansión, paralizada, aún sostenía el cuchillo, incapaz de comprender lo que había sucedido.
Quería preguntar pero vio a su hermana agarrándose el brazo con la sangre brotando entre sus dedos.
Mientras daba un paso adelante, su hermana dio un paso atrás, con un rostro bañado en horror.
Renata estaba a punto de abrir la boca cuando fue interrumpida.
—¡Ayuda! —clamó, su voz un torrente de pánico y furia—. ¡Renata quiso matar a su hijo! ¡Está completamente loca!
—¿Qué estás diciendo Beatrice? No, yo no...
Justo en ese momento apareció su suegra en la puerta, con los ojos abiertos de par en par y el rostro petrificado.
Su mirada se deslizó del cuchillo ensangrentado en la mano de Renata al bebé en la cuna, y en un instante se colocó entre su nieto y Renata, fulminándola con una mirada de absoluto desprecio.
—¡¿Estás loca?!.. hijo, ¡HIJO!—exclamó con voz temblorosa pero decidida—. ¡Tu esposa necesita ayuda! ¡Esta mujer está enferma, no puede estar cerca de nuestro nieto!
Renata, sin soltar el cuchillo, sintió cómo el suelo comenzaba a desvanecerse bajo sus pies.
La confusión y el miedo le atravesaban el alma.
Miró a su esposo, que acababa de entrar en la habitación, con el rostro cubierto de incredulidad y horror.
Ella extendió una mano temblorosa hacia él, las lágrimas llenando sus ojos.
—Ángelo… —susurró, la voz rota por el pánico—. No… no estoy loca, tienes que creerme. ¡Yo no quería hacer daño a nadie! ¡No sé qué pasó, no lo recuerdo!
—Claro que lo sabes —intervino su hermana, con el rostro descompuesto y la voz cargada de veneno—. ¡Ibas a clavarle el cuchillo al bebé! Entré justo a tiempo para ver si mi sobrino estaba bien, y al tratar de protegerlo, me heriste.
—¡No! —Renata negó con desesperación, retrocediendo y soltando el cuchillo mientras se llevaba las manos a la cabeza—. ¡Eso no es cierto! Yo… ¡no recuerdo haber hecho eso! No quería hacerle daño… ¡no haría algo así!
Pero las palabras de su suegra cayeron como una sentencia.
—Ángelo, no puedes ignorar esto —dijo con voz firme—. Esta mujer necesita tratamiento, necesita ayuda. Por el bien de nuestro nieto… y el de ella misma, tienes que hacer algo. ¡Debes internarla en un psiquiátrico!
Renata sintió cómo todo comenzaba a darle vueltas, un torbellino de imágenes, palabras y miradas de terror que la desbordaban. Su mente era un caos, su visión borrosa y fragmentada, y las palabras de Beatrice y Vittoria se mezclaban con el sonido del latido de su corazón. Todo lo que la rodeaba parecía distorsionarse, alejarse y volverse confuso. Intentó sostenerse en algo, pero sus piernas cedieron, y en un último instante de desesperación, alcanzó a murmurar:
—No estoy… loca…
Luego, todo se volvió negro, y Renata cayó desmayada, sumida en la oscuridad de su propia mente.
Renata abrió los ojos lentamente, parpadeando contra la luz fría y deslumbrante que iluminaba el cuarto. Un dolor sordo le palpitaba en la cabeza, y el eco de sus últimas palabras aún parecía resonar en su mente: "No estoy… loca…" Pero ahora, la calma sepulcral de aquella habitación blanca y vacía le recordaba un lugar sin salida.
—¿Dónde… estoy? —susurró, con la voz entrecortada y la mente aún nublada.
Se incorporó lentamente, observando las paredes inmaculadas y desprovistas de ventanas, el techo sin color, y las esquinas completamente vacías. La cama de metal bajo ella crujió con cada movimiento, y el aire gélido le hizo estremecerse. El vacío de aquel espacio le erizó la piel, y de pronto, el miedo se transformó en pánico.
—¡Ángelo! —gritó, aferrándose a la cama como si el solo acto de pronunciar su nombre pudiera traerlo—. ¡Ángelo, por favor! ¿Dónde está mi bebé? ¡Déjenme salir! —Su voz se quebraba mientras golpeaba las paredes con las manos, desesperada, llamando a gritos, pero sus palabras se desvanecían en el eco.
El tiempo se deslizaba lento y pesado, y la desesperación de Renata iba creciendo con cada segundo de silencio. Entonces, después de lo que pareció una eternidad, escuchó el chirrido de la puerta abriéndose. Se giró rápidamente, esperando ver a alguien conocido, alguien que le explicara todo. Pero en lugar de eso, un hombre alto, de complexión fuerte y mirada cruel, se adentró en la habitación.
—¡Por favor, ayúdeme! ¡No sé qué hago aquí! ¡Necesito ver a mi hijo! —rogó Renata, avanzando un paso hacia él.
El hombre la observó con una mueca desdeñosa y cruzó los brazos, impasible.
—Deja de gritar, o te pondré una camisa de fuerza —le advirtió en un tono duro, y la amenaza resonó con peso en la pequeña habitación.
Renata retrocedió, abrazándose a sí misma mientras una lágrima le rodaba por la mejilla.
—¿Dónde estoy? —preguntó, su voz temblando de terror e incredulidad.
El enfermero esbozó una sonrisa burlona, y sus palabras cayeron como una sentencia.
—Estás en el lugar donde debe estar la gente enferma de la cabeza —dijo con desprecio—. En un psiquiátrico.
La realidad de sus palabras la golpeó como una ola de hielo, y Renata sintió cómo su mundo se desmoronaba una vez más, entonces reaccionó:
—¡Ángelo! —Renata volvió a gritar con todas sus fuerzas, las manos temblorosas contra las paredes heladas—. ¡No estoy loca! ¡Déjenme salir, tengo que ver a mi bebé!
Pero el eco de sus palabras se perdió en la frialdad de aquella habitación sin ventanas. El enfermero, con su expresión cruel y burlona, se acercó lentamente, sin dejar de mirarla con una mezcla de desprecio y diversión.
—Por favor… —suplicó Renata, retrocediendo hacia la pared mientras él avanzaba, su figura enorme y amenazante—. No pueden dejarme aquí… ¡Tengo que irme! ¡Mi hijo me necesita!
Cuando él estuvo lo suficientemente cerca, Renata intentó esquivarle, haciendo un movimiento rápido hacia la puerta, pero el hombre fue más rápido. De un tirón la atrapó por el brazo, sujetándola con fuerza y torciéndole el cuerpo, inmovilizándola. El dolor la recorrió de inmediato, y un gemido de desesperación se escapó de sus labios.
—Bienvenida al infierno —murmuró el hombre junto a su oído, con una sonrisa perversa—. Cortesía de tu querido esposo, Ángelo Bellucci.
Renata se quedó inmóvil, su respiración suspendida, y sus ojos se abrieron con una mezcla de incredulidad y horror.
—¿Ángelo…? —susurró, sus palabras apenas un hilo de voz. La traición se asentó en su pecho como un peso aplastante, y el pánico la dejó sin aliento—. ¿Mi… mi esposo hizo esto?
El hospital estaba en calma, pero dentro de la habitación la tensión y la emoción se sentían en el aire.Renata jadeaba, con el rostro perlado en sudor, apretando con fuerza la mano de Ángelo.—Lo estás haciendo increíble, amor, —susurró él, inclinándose para besar su frente, sin soltar su mano en ningún momento.Renata exhaló profundamente, cerrando los ojos un segundo.—Esto es… más difícil de lo que recordaba, —murmuró con una risa entrecortada.Ángelo sonrió con ternura, acariciando su cabello.—Pero eres la mujer más fuerte que conozco. Y en unos minutos, tendremos a nuestra hija en brazos.Renata asintió, respirando hondo para prepararse para la siguiente contracción.—Vamos, Renata, —dijo el doctor con voz firme—. Una última vez.Ángelo sintió cómo el cuerpo de Renata se tensaba, cómo ponía cada gramo de fuerza en ese momento. Él estaba a su lado, dándole todo su apoyo, su amor, su fortaleza.—Vamos, mi amor, —susurró contra su oído—. Tú puedes.Y entonces…Un llanto llenó la h
Renata sintió cómo su piel se erizaba.—¿Decirte que sí? —susurró, con una sonrisa desafiante.Ángelo inclinó la cabeza.—Provocarme.Su voz sonó baja, ronca, como una caricia sobre su piel.Renata sintió un calor delicioso recorrerle el cuerpo.Él levantó una mano y con la punta de los dedos recorrió su mandíbula, luego bajó por su cuello, deslizándose sobre la tela de su vestido, delineando cada curva de sus senos con lentitud.Renata cerró los ojos un segundo y se mordió el labio, disfrutando de la manera en que su toque encendía cada fibra de su ser.—Ángelo… —murmuró, sin aire.Él deslizó la otra mano hasta su espalda y con un movimiento experto desabrochó el cierre de su vestido.Renata dejó escapar un suspiro cuando sintió la tela deslizarse por su piel hasta quedar en el suelo.Ángelo la miró como si acabara de descubrir algo sagrado.—Eres un pecado, —murmuró, recorriéndola con la mirada, con una intensidad que la hacía arder.Renata le sonrió con picardía y llevó las manos ha
Renata arqueó una ceja, cruzándose de brazos mientras miraba a Ángelo con una sonrisa desafiante.—¿Así no más? ¿Un anillo sin una propuesta más elaborada? —ladeó la cabeza con fingida incredulidad—. Esfuérzate, Ángelo Bellucci, y veremos si te digo que sí.Ángelo carcajeó suavemente, entrecerrando los ojos con picardía.—Entonces prepárate, porque cuando lo haga, no podrás negarte.Raquel, que los observaba con una sonrisa de ternura y complicidad, intervino con voz cálida.—Por mi parte, Ángelo, tienes mi permiso, —dijo con solemnidad—. Has demostrado ser un hombre bueno, cabal, de nobles sentimientos… como lo fue tu padre.Las palabras golpearon con fuerza en el corazón de Ángelo. Raquel, la mujer que había sufrido tanto por culpa de su familia, lo estaba aceptando.Raquel continuó, con un dejo de nostalgia en su voz.—Además, no te juzgo por lo que pasó. Mi Dante también creyó que estaba loca. Ustedes no tienen la culpa de que haya médicos inescrupulosos que jueguen con la salud m
Chiara corría por el jardín, con sus cabellos dorados ondeando al viento, una sonrisa llena de emoción iluminaba su rostro.Encontró a Dante acomodando piedras en el suelo, concentrado en construir lo que parecía un castillo.—¡Dante, Dante! —gritó con entusiasmo.Dante levantó la cabeza con curiosidad.—¿Qué pasa, Chiara?Ella se detuvo frente a él, respirando agitada por la emoción.—¡Renata dijo que sí!Dante parpadeó, confundido.—¿Sí a qué?Chiara sonrió de oreja a oreja.—Que puede ser mi mamá también… ¡si yo quiero!Los ojos de Dante se agrandaron con alegría.—¡¿En serio?! ¡Te lo dije! —exclamó con emoción—. Mi mamá es la mejor, lo sabías desde el principio, solo que querías hacerte la difícil.Chiara hizo un pequeño puchero, pero luego rio suavemente.—Solo quería estar segura…Dante se puso de pie y le tomó la mano con naturalidad.—Ahora sí, ya los dos tenemos la misma mamá.Chiara asintió y los dos se abrazaron entre risas, compartiendo la felicidad de saber que ahora esta
Esa tarde, cuando Renata subió a su habitación, encontró una pequeña nota sobre su tocador.Su nombre estaba escrito en la caligrafía elegante de Ángelo.Frunció el ceño con curiosidad y la abrió con cuidado."Esta noche, a las ocho. No preguntes a dónde, solo deja que te lleve. Quiero una noche para nosotros, una que no nos recuerde el pasado, sino que celebre nuestro presente. Te espero. – Ángelo."Renata sintió un cosquilleo recorrer su piel. Era diferente de todo lo que había hecho antes. No una sorpresa lujosa, ni una gran declaración… sino una invitación sencilla, íntima.Una sonrisa se formó en sus labios. Él realmente estaba esforzándose por convencerla.A las ocho en punto, Ángelo la esperaba en la entrada de la mansión.Vestía un traje oscuro, sin corbata, con los primeros botones de la camisa desabrochados. Se veía increíblemente atractivo, con esa combinación de elegancia y desenfado que siempre le gustaba.Cuando Renata bajó las escaleras, su presencia capturó de inmediat
El juicio contra Francesco y Marco Santori fue rápido, pero cada testimonio, cada prueba presentada en la sala, trajo consigo un peso ineludible.Las víctimas, una tras otra, relataron las atrocidades que los Santori habían cometido en sus clínicas. Pacientes que fueron declarados enfermos sin estarlo, familias destrozadas, vidas manipuladas. Pero los testimonios más impactantes fueron los de Renata y Raquel.Raquel contó con detalles cómo Francesco la separó de su hija, cómo fue sometida a tratamientos inhumanos y dejada en el olvido como si su vida no valiera nada.Renata, con voz firme, narró cada tormento que sufrió en aquel hospital. Cada inyección, cada medicamento forzado, cada vez que la llamaron loca cuando la única enferma era Vittoria, y sobre todo como intentó violarla aquella noche del incendio.El fiscal presentó las pruebas encontradas en la clínica clandestina donde los Santori siguieron operando con nuevas identidades. No había escapatoria.Pero el momento más impactan
Último capítulo