Cuando se separan, Renatto la observa con seriedad, su mano apoyada en la pequeña de Isabella, sintiendo la tensión en su cuerpo. Ella está débil, y aunque sigue manteniendo su orgullo intacto, su resistencia no le hará ningún bien.
—Voy a llevarte a la mansión —declara con firmeza.
—No es buena idea —responde Isabella, apartando la mirada—. Ya tengo suficientes problemas con tu gente. Si me ven entrar contigo a tu casa, solo les daré más razones para despreciarme, para que hablen esas cosas de mí… y de ti.
Renatto suspira con impaciencia. No es alguien que explique demasiado sus decisiones, pero sabe que Isabella necesita escuchar las razones.
—No me importa lo que piensen los demás. Defendiste a mi hijo, para mí, eso es una deuda de honor, más allá de cualquier otra cosa.
Isabella lo mira fijam