La noche envuelve la mansión Corleone en un silencio inquietante. Isabella intenta dormir, pero su descanso es tan frágil como una hoja al viento. Una sensación de incomodidad la mantiene inquieta incluso en sus sueños, como si un par de ojos invisibles la observaran desde algún rincón oscuro en la habitación. Se revuelve entre las sábanas, su cuerpo tenso, su mente luchando contra un presentimiento que no logra identificar.
Finalmente, se sienta de golpe en la cama, su respiración agitada. Con un movimiento firme, enciende la lámpara de la mesilla de noche. La luz débil revela los muebles familiares, pero no encuentra nada fuera de lugar que le pudiera indicar que estaba acompañada mientras dormía. Sin embargo, la sensación de ser observada persiste.
—Esto es ridículo —se dice en voz baja, intentando convencerse de que todo está en