Mientras tanto, en la casa segura, en el sótano, una tormenta se desata sin que el mundo lo sepa.
Riccardo, cuya sonrisa siempre oculta más de lo que revela, se convierte en una sombra de crueldad mientras dirige los interrogatorios a los hombres encargados de proteger a Alonzo e Isabella. Sus ojos, usualmente llenos de un brillo relajado, ahora reflejan la oscuridad de un hombre que no conoce misericordia. La habitación, impregnada del olor a sudor y sangre, es testigo de la faceta despiadada del hermano menor de Renatto.
Uno a uno, los hombres son confrontados con preguntas implacables. Riccardo no se detiene ante gritos ni ruegos, solo nombres podrían aplacar la ira que siente por el ataque desmedido en contra de su sobrino e Isabella. Su voz, baja pero firme, corta como un cuchillo afilado.
—Sabemos que alguien vendió información. ¡Dime su nombre!
El sudor gotea por la frente de un ho