MÍA
Sé lo que Basil está haciendo, y eso es marcar su territorio, cree que no me di cuenta de la mirada asesina que le envió a Luis, un buen vecino que se ofreció a ayudarme con las compras, fue amable y necesitaba ayuda. Pero ahora, pensando mejor las cosas, quiero que se marche corriendo, quiero que desaparezca de la atención de Basil.
Cuando rompo el beso, molesta con él y por todo lo que ha pasado entre los dos desde que llegamos a Rusia, me aparto de mala gana.
—Muchas gracias por ayudar a mi esposa —le dice a Luis, quitándole las bolsas—. Yo me encargo desde aquí.
El pobre Luis asiente, me mira y sonríe.
—Hasta luego, Mía, nos veremos después.
—Muchas gracias…
Basil tira de mi brazo y me lleva arrastrando hasta la puerta de la habitación que alquilé. La puerta se cierra a mis espaldas y me voy directo a la mesilla de centro, dejando ahí las bolsas que sostenía en la mano.
—¿Cómo es que me encontraste? —inquiero con molestia.
—Siempre lo haré, mejor, cuéntame por qué mierd