Bernardo llamó a algunos mozos de la familia para que ayudaran a descargar y acomodar todas las cosas.
Después de una ardua jornada de trabajo, Bernardo e Isabella recorrieron juntos cada rincón de la villa. Esta que en otrora había sido tan bulliciosa, ahora era toda silencio sepulcral.
Bernardo le dijo:
—Ahora aquí solo quedas tú como la única dueña, y los sirvientes son solo aquellos que trajiste de la casa de tu esposo. Primero necesitas encontrar un mayordomo para que administre el lugar, luego contratar a algunas sirvientas y mozos. No pueden faltar personas para la cocina, el jardín, las caballerizas y la cochera. Si te resulta inconveniente en encontrar tantos sirvientes, puedo buscar gente por ti.
Isabella, agradecida le respondió:
—Tío, usted tiene ya de por si mucho trabajo, no me atrevo a molestarlo. Las doñas Matilde y Filomena se encargarán de ello.
Bernardo la miró y suspiró:
—Nosotros dos somos familia, ¿cómo puedes hablar de molestar? En el pasado, cuando tu señor padr