Capítulo 5: Ven a mi casa

BEATRIZ

La alarma del despertador suena estridente, pero de nada funciona porque me he levantado dos horas antes de lo previsto, luego de haberle llamado a Martín y a Luca para saber sobre los pedidos de la galería, y del estado de salud de Leah, quien sigue en coma. 

La tarde de ayer fue extraña, en especial por el señor Hill, quién no solo me miraba como un objetivo al que aplastar, sino, como si me conociera bien. 

Me remuevo inquieta, pero me alisto y salgo media hora antes, tengo dos objetivos claros, investigar quién dentro de Company Empire está detrás del accidente de Leah, sus razones, y fingir bien mi papel de asistente personal. 

Reviso mi atuendo, no es de marca, trato de ponerme accesorios normales, los tacones me resultan incómodos, pero me mantengo firme y segura. Le mando un mensaje de texto a Martín, avisando que voy de salida y que trataré de conseguir la información que sea necesaria. 

Al llegar a la oficina, el enorme edificio que se presenta ante mí como una estructura elegante, siniestra y sofisticada, hace que un hueco en el estómago se me forme. Me dirijo con la recepcionista, la cual ya tiene lista mi credencial de acceso. Subo al ascensor y me dirijo a la oficina del señor Hill. 

Por la noche había recibido un correo con la agenda de hoy, lo que le gusta y no, entro, dejando sobre su escritorio las carpetas con los documentos que tiene que firmar, preparo su café con leche y tres cucharadas de azúcar, justo cuando el Sr. Hill, entra. 

Dejo la taza en su lugar. 

—Muy buenos días, Sr. Hill —saludo cortés. 

—Buenos días —saluda regalándome una mirada despectiva. 

Toma asiento y ni siquiera me dice más palabras, por lo que deduzco que no desea hablar. 

—Con su permiso, si me necesita… 

—Estará aquí hasta que yo diga que puede irse —demanda.

Volteo hacia mi izquierda, no localizo otro escritorio en el que pueda servir de ayuda, a más, necesito comenzar a investigar sobre el accidente de Leah, y comenzar en recursos humanos es una buena idea. 

—Sr. Hill, creo que… 

—De pie —me interrumpe, levantando la mirada. 

Por un segundo me pierdo entre sus ojos azul eléctrico. 

—¿Cómo dice? —inquiero.

—Estará aquí, de pie, hasta que yo decida, también necesito que revise algunos correos, lo puede hacer desde la tableta de la empresa, luego vaya a la sección de fotocopias, necesito cinco de los veinte contratos que vamos a firmar con empresas aledañas —ordena y trato de memorizar cada cosa—. Luego de eso puede venir, cancele la cita que tengo con el señor Richard de Umbrella Royal, la empresa de Cine y Arte, posteriormente me acompañará a la junta con los nuevos directivos. 

Asiento a cada cosa que pide, luego desliza sobre su escritorio, una tableta, poniendo toda su atención sobre los documentos que comienza a firmar. Hago lo que me pide, las horas pasan, no me dirige más la palabra, para cuando me toca ir al fotocopiado, no logro tener acceso al área de recursos humanos. 

Al finalizar el día, los pies me matan, no estoy acostumbrada a estar tantas horas de pie con este tipo de tacones altos, por lo que luego de que el Sr. Hill, no me dijera nada al finalizar mi primer día laboral, decido ir a una zapatería. 

No podía ser de marca, por lo que voy a una plaza cercana, donde encuentro una tienda con precios accesibles para una persona con sueldo promedio. Al entrar, los pies me duelen, arden, una de las dependientas se me acerca. 

—¿En qué puedo ayudarla? —me saluda con una sonrisa. 

—Busco algo cómodo, que me permita poder moverme sin que sufra dolor. 

—Ya le muestro las nuevas tendencias que nos llegaron. 

La señorita me pide que la siga, me muestra algunos modelos, y elijo tres de ellos. Luego pasamos a que los metan en sus cajas correspondientes, cuando una voz femenina hace que de un respingo. 

—Jamás creí encontrarte aquí. 

Volteo y me encuentro con Bianca Hill, la hermanastra del Sr. Hill. 

—Buenas tardes, señorita Hill —saludo.

Ella cruza sus brazos y su mirada va directo a las tres cajas de zapatillas que están a punto de darme. 

—Compraré todos los pares de zapatillas de la tienda, no importa el número —saca una tarjeta Black, sin límite y se la da a la chica de la caja—. Incluyendo los tres pares de ella. 

Tenso el cuerpo. 

—Disculpe, yo compré estos zapatos, no… 

—¿Ha pagado por ellos? —me ignora y se dirige a la dependienta. 

—No, señorita Hill —niega con la cabeza. 

—Bien, entonces me los quedo, a menos que tengan alguna objeción, les recuerdo que soy Bianca Hill. 

Las dos chicas se miran de hito en hito, una de ellas murmura una disculpa, con las mejillas teñidas de rojo, retira las cajas de zapatos. La hermanastra no me presta atención, por lo que decido salir, si yo quisiera, compraba la tienda completa y no solo los artículos, pero mi identidad debe permanecer oculta. 

Por lo que giro sobre los talones y salgo de la tienda, agarrando con fuerza la correa de mi bolso, el dolor es tan insoportable, que termino cojeando. Al salir de aparcamiento, decido entrar a mi auto, cuando mi móvil suena. 

El nombre del Sr. Hill, parpadea, por lo que respondo al segundo timbre. 

—Buenas tardes, Sr. Hill… 

—Ven a mi casa, trae los documentos que dejé sobre mi escritorio, ahora. 

—Enseguida, señor. 

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