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Entonces, el alcalde del pueblo se acercó a mí con una sonrisa amable, amistosa, y se acercó a mí para agarrar mi mano con delicadeza, darle un pequeño beso con sus labios como muestra de saludo, y se alejó. Sin dudarlo sonreí cuando sentí sus labios rozar mi piel, pues él era un hombre tan atractivo que no me molestaría que llegara la oportunidad de que él se metiera bajo las sábanas de mi cama para una noche muy placentera.

— Reina Helen, es para mí un honor recibirla en esta humilde alcaldía. Su presencia ilumina los días oscuros del pueblo. Y me alegra ser yo quien la reciba personalmente — expresó el alcalde, mirándome con sinceridad en sus ojos. Sus ojos eran preciosos, casi que podían compararse con perlas que una pudiera quedarse como hipnotizada, viéndolas todo el tiempo que pudiera.

— Gracias, señor alcalde. Pero el honor es todo mío. Gracias por recibirme siempre tan amablemente. Además, he venido por qué hasta mi castillo han llegado los rumos de la celebración de una gra
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