Layla se había retirado de la escuela muy temprano y cansada. Caminando hacia su pequeño apartamento de un dormitorio, no se sorprendió al encontrar su cerradura abierta.
"No puedes seguir viniendo aquí", le dijo a su hermano, que estaba tirado en su cama comiendo una bolsa de patatas fritas.
"Me odias tanto como mamá, ¿verdad?" dijo él sin mirarla mientras seguía masticando.
"Será mejor que repongas esas patatas fritas y me pregunto de quién es la culpa de que nadie te quiera cerca", respondió Layla secamente.
"¿Crees que es mi culpa?" preguntó él fingiendo sorpresa mientras se incorporaba sobre su codo mirando a su hermana.
"¿Por qué estás aquí?" preguntó Layla impaciente.
"Necesito un lugar donde esconderme por un tiempo. No es nada grave, lo prometo. Le debo dinero a un tipo y no me dan mi mesada hasta fin de mes, así que me quedaré aquí un rato. Ya sabes, para evitar que mi hermoso rostro reciba un puñetazo."
"¿Cómo diablos le debes dinero a alguien, Sant? No te creo."
"Lo creas