Alejandro
Desde que la vi cruzar el portón del colegio, mi cuerpo reaccionó como si fuera fuego vivo bajo la piel. No podía apartar los ojos de ella, aunque sabía que debía mantener la distancia.
Pero no pude. No podía.
Cuando ese imbécil intentó acercarse a ella, sentí que algo dentro de mí se quebraba, como si todo lo que poseía estuviera en juego.
Isabella era mía. No podía ni quería compartirla.
Ella era solo mía.
Esperarla todo el día bajo el sol, oculto tras las sombras, fue una tortura que solo un deseo obsesivo podía justificar. Cada movimiento suyo era una daga afilada que me desgarraba por dentro.
Cuando finalmente la vi correr hacia mí, su miedo mezclado con necesidad fue el estallido que liberó todo lo reprimido.
Su perfume invadió el auto y su piel contra la mía fue como un imán imposible de resistir.
No dije nada. No hacía falta.
Solo quería que entendiera que no estaba dispuesto a perderla.
Cuando mis manos tocaron su muslo, sentí que mi control comenzaba a desmoronarse