Sin embargo, le había hecho una promesa a Sebastián: se darían dos meses para calmar las cosas y, si después de ese tiempo él seguía sintiendo lo mismo por ella, le daría una oportunidad.
—Ya nos divorciamos. Pasó más de un año. No soy tu esposa, así que no tengo por qué serte fiel. Si tengo a alguien o no, o qué tan lejos he llegado con él… nada de eso te incumbe…
La jaló hacia él, sujetándole la nuca, y le tapó la boca con la suya para no seguir escuchando lo que no quería escuchar.
Regina se dio cuenta de que había subestimado el nivel de descaro de ese hombre.
Intentó zafarse con todas sus fuerzas, pero no lograba soltarse, así que, decidida, le mordió el labio tan fuerte como pudo, obligándolo a soltarla.
Ambos tenían los labios manchados de sangre.
—¡Estamos divorciados! ¿Sabes que lo que acabas de hacer es acoso? ¡Es un delito!
Su pecho subía y bajaba con agitación, y en su mirada había furia y odio. Apoyó las manos en su pecho para empujarlo.
Pero él volvió a sujetarla y la bes