Solo de pensarlo, se sintió muy molesto.
Gabriel estacionó el carro y, a pesar de todo, cargó a Mónica en brazos para subirla a su departamento.
Abrió la puerta con la tarjeta de la habitación y la dejó sobre la cama. Ya se iba cuando ella se le aferró al cuello y, de pronto, sus labios, torpes y desesperados, buscaron su cara y su boca sin orden ni razón.
La apartó de un tirón, con una mirada amenazante.
—¿Qué crees que haces?
Recordó las palabras de Jimena: Regina había usado esas mismas artimañas para obligarlo a casarse con ella.
Si a Regina le había funcionado, ¿por qué a ella no?
—Creo que me drogaron. Me siento muy mal, por favor, ayúdame…
Se retorció sobre la cama, intentando besarlo de nuevo.
Pero él la apartó con firmeza.
Al ver que se mostraba tan indiferente como aquella vez, el pánico y la frustración se apoderaron de Mónica. Se levantó de un salto y lo abrazó por la espalda antes de que pudiera irse.
—Gabriel, ¿vas a abandonarme otra vez?
Escuchar "otra vez" lo dejó paral