Seguro no era nada barato.
Regina ya había comido bastante ese día, así que no tenía hambre, pero sabía que la fruta no estaría buena al día siguiente, por lo que decidió terminarla antes de bañarse.
Apenas había comido la mitad cuando ya no le cupo más. Había un frigobar en la habitación, así que pensó en preguntar en recepción si tenían algún recipiente para guardarla y comerla al día siguiente.
Justo cuando tomó el teléfono fijo de la mesita de noche, el timbre sonó de nuevo.
Fue a abrir. Esta vez, quien estaba en la puerta era Ana. La miraba con gran sonrisa.
—¿Puedo pasar a platicar un ratito?
Asintió y se hizo a un lado para dejarla pasar.
Ana entró. Regina cerró la puerta y la siguió.
La distribución de la habitación era idéntica a la suya.
Pero Ana vio la charola de fruta en la mesa de Regina y se sorprendió.
—¿Tú la pediste?
Le pareció rara la pregunta, pero no le dio muchas vueltas y respondió sin más.
—Me la mandó Leo.
—¿Y por qué solo a ti? A nosotras no nos mandó nada.
Hab