No paraba de acercarse gente para brindar y conversar con él. A Gabriel le incomodaba ese tipo de ambiente, no se comparaba en nada con la tranquilidad que sentía al estar en casa con la mujer que lo esperaba.
—Señor Solís, Andrés, esta noche hay varias actrices famosas. Si les interesa alguna, se las puedo presentar.
Él se negó sin siquiera pensarlo.
—No, gracias.
—Señor Solís, ¿no le gustan las actrices? Si prefiere universitarias discretas, también puedo arreglarlo…
—No me interesa.
En el mundo de los negocios, era raro encontrar a alguien a quien no le interesaran ese tipo de mujeres. Era difícil saber cómo ganarse el favor de un hombre que no participaba en esos juegos, lo que lo convertía en una figura incómoda para muchos en ese círculo.
Andrés intervino en tono de broma.
—Él ya tiene dueña, déjenlo en paz.
—Entonces, usted, Andrés…
—Yo sí estoy disponible. Adelante.
—Perfecto, yo lo arreglo.
Cuando el hombre se fue, Gabriel le advirtió a su amigo:
—Ten cuidado, no caigas en su