La Pequeña Esposa del Magnate Criminal
La Pequeña Esposa del Magnate Criminal
Por: A. A. Falcone
CAPÍTULO 1 – Una decisión desesperada.

Cuando cruzó los imponentes portones del jardín que rodeaba la mansión, los gritos que llegaban desde el interior la estremecieron por completo.

Con el corazón latiéndole desbocado, casi amenazando con salirse de su pecho, Camila corrió hacia la entrada de la mansión. Cruzó el umbral con rapidez y se detuvo abruptamente al presenciar la escena que se desplegaba ante sus ojos en el centro de la sala. Un grito ahogado escapó de sus labios, y se llevó la mano a la boca, horrorizada. La visión frente a ella era tan impactante que le resultaba imposible de procesar.

Su padre, el hombre que le había dado la vida y que hubiera dado la vida por ella y por Andrea, su hermana, yacía tendido en el suelo, rodeado por cinco matones que lo golpeaban repetidamente, como si sus vidas dependieran de ello. Cada golpe resonaba en la sala, acompañado por los gritos de dolor de su padre, que parecían perforarle el corazón.

El horror inicial pronto dio paso a una oleada de angustia y dolor. Camila no podía creer lo que veía y la desesperación de no saber qué hacer amenazaba con abrumarla hasta hacerla perder la conciencia.

La ferocidad con la que los hombres golpeaban a su padre dejaba claro que detenerlos no sería tarea fácil. Parecían estar programados para una única misión: acabar con la vida de su padre, o, en el mejor de los casos, dejarlo en coma. Era una situación desesperada, y Camila se sentía impotente.

En un momento, por una milésima de segundo, su mirada se encontró con la del hombre, cuyos ojos eran de un verde idéntico a los suyos, y sintió que una valentía desconocida para ella la invadía por completo, haciéndola dar un paso al frente, sin siquiera pensarlo dos veces. Su padre necesitaba ayuda, y ella no pensaba dejarlo morir sin intentar salvarlo.

—¡Por favor, deténganse! —exclamó, con la voz quebrada por la angustia. Sin embargo, con una determinación de la que hasta ese momento jamás se había creído capaz, y sintiéndose completamente desesperada de ver a su padre en aquel estado, añadió, esta vez con voz más firme—: ¡Haré lo que sea, pero déjenlo en paz!

Los gritos angustiados de Camila, y su insistencia, mientras se acercaba a ellos, logró lo que deseaba: los hombres, cada cual más grande y musculoso que el anterior, se detuvieron en seco y, casi como si de una coreografía se tratase, se giraron hacia ella, observándola con una mezcla de furia y curiosidad.

—¿Qué dijiste? —preguntó el que, evidentemente, por su porte y sus maneras, era el líder de aquel quinteto.

Camila tragó saliva. El corazón le iba tan rápido y estaba tan nerviosa, que no sabía qué hacer. ¿Cómo podía convencer a esos matones de que dejaran de golpear a su padre? Jamás se había visto obligada a enfrentar un problema como aquel y, para su mala suerte, era demasiado pequeña y débil como para hacerles frente; de hacerlo quedaría en un estado mucho peor al que se encontraba su padre. Nada más tenía un arma: su cuerpo. ¿Qué podía hacer con eso contra aquellos cinco gigantes?

«Eso», pensó, casi como si se hubiera encendido una bombilla sobre su cabeza.

Era consciente de su desventaja en una pelea cuerpo a cuerpo. No obstante, tenía algo más que ofrecerles. Con plena conciencia de su belleza y de la influencia que podía ejercer sobre los hombres, estaba dispuesta a utilizarlo como moneda de cambio. No sabía cuál sería el precio que le pondrían a la vida de su padre, pero estaba segura de que, sin importar cuánto fuera, valía infinitamente más.

Después de un breve intercambio de miradas, tenso y silencioso, el líder de la banda dio unos pasos hacia ella, frotándose la barbilla. Con una sonrisa despiadada y lasciva, la evaluó de arriba abajo, haciendo que Camila se sintiera como un trozo de carne expuesto en la vitrina de una carnicería.

—¿Dijiste: «haré lo que sea»? —preguntó, con las cejas en alto, asegurándose de haber oído bien.

Camila inspiró profundamente y asintió con determinación, levantando la barbilla en un intento de mostrar más valentía de la que realmente sentía.

—¿Cualquier cosa? —inquirió, con una voz cargada de amenaza, mientras sonreía de lado.

Por un instante, Camila vaciló ante lo que estaba a punto de hacer. Sin embargo, la visión de su padre en el suelo, dolorido y con la ropa desgarrada, fue un incentivo poderoso que la impulsó hacia adelante.

—Sí —respondió con la voz entrecortada por el llanto, pero con firmeza—. Estoy dispuesta a hacer lo que sea, si dejan a mi padre ya mismo en paz —afirmó, intentando controlar las lágrimas que pugnaban por salir, mientras su corazón se agitaba ante la magnitud de las palabras que acababa de pronunciar.

Sin embargo, ya no había marcha atrás. Era su padre o ella y estaba dispuesta a sacrificarse.

Al oír la respuesta de la muchacha, el líder de la banda se inclinó hacia ella, dejando sus rostros a un palmo de distancia, permitiendo que Camila pudiera ver el destello de maquinación oculto en su oscura mirada.

Un par de segundos más tarde, el hombre sonrió, dejando ver una hilera de dientes putrefactos.

—Está bien, entonces, tenemos un trato —declaró, soltando su aliento viciado justo frente al rostro de la joven.

Camila contuvo el aliento, procurando no vomitar producto del pestilente hedor que emanó de la boca de aquel sujeto, mientras se percataba de que su entonación dejaba entrever que estaba dispuesto a cobrarle un precio sumamente alto.

Sin embargo, en ese instante, no le importó. Todo lo que deseaba, todo en lo que podía pensar, era en asegurarse de que su padre estuviera a salvo. Las inminentes consecuencias le importaban poco en comparación con la seguridad de su ser querido.

Tras las palabras del hombre, un pesado silencio se adueñó de la sala, únicamente interrumpido por la respiración errática del padre de Camila, que aún permanecía tendido en el suelo de mármol, incapaz de levantarse.

El líder, aparentemente convencido de la sinceridad de Camila, se incorporó en toda su altura y con un gesto les indicó a sus hombres que se alejaran de James.

Sin oponer resistencia, pero mostrando evidentes signos de descontento, los cuatro hombres restantes se alejaron unos pasos del hombre y miraron a su jefe y a Camila, con expectación. Sin embargo, Camila pudo notar que sus expresiones seguían siendo severas e implacables, evidenciando que, aunque habían obedecido sin protestar, estaban dispuestos a continuar con la golpiza si así se les ordenaba.

—Bien, si lo que dices es cierto y realmente estás dispuesta a hacer lo que sea para salvar a este hombre —dijo el líder, señalando a James, quien ahora también había enfocado su mirada en ella—, entonces necesitaremos una prueba.

—¿Una prueba?—inquirió Camila, sintiendo que sus piernas amenazaban con dejar de sostenerla. Aun así, se obligó a ser valiente y mantenerse firme.

—Así es —respondió el hombre, sonriendo despiadadamente—. Necesitamos una prueba de tu compromiso —explicó, mientras se cruzaba de brazos y alzaba la barbilla—. Debes darnos una evidencia de que eres de fiar y de que estás dispuesta a cumplir con tu palabra.

—¿De qué… qué tipo? —tartamudeó Camila, con un hilo de voz.

—Eso déjanoslo a nosotros —respondió el sujeto, con un tono misterioso que hizo que se le encrespara la piel una vez más—. Algo que, me atrevería a decir, no todos están dispuestos a hacer.

Al escuchar esto, Camila abrió los ojos de par en par, antes de recobrar la compostura y asentir, siendo consciente de que no tenía más alternativa. Era eso, o que ella y Andrea se quedaran huérfanas también de padre.

Recordó el vacío que había dejado la pérdida de su madre, años atrás, y la idea de enfrentarse a otra pérdida tan dolorosa la llenó de desesperación. No podía permitir que su familia sufriera más tragedias. Por eso, con determinación, se preparó para lo que fuera necesario, aunque en lo más profundo de su ser temblara de miedo.

—De acuerdo —respondió—, cumpliré con lo que quieran. Díganme qué es lo que tengo que hacer.

Las palabras de Camila surtieron el efecto deseado, y el líder se dio la vuelta, llamando a sus hombres para mantener una breve conversación con ellos.

Camila podía sentir la mirada de su padre sobre ella, quien la observaba con una mezcla de agradecimiento y pavor.

Ella siempre había sido la chiquita de su padre, la consentida a la que siempre había tenido en la más alta estima, incluso más que a Andrea, su hermana menor. A pesar de este trato especial, allí estaba, demostrando un valor que pocas veces había visto en alguien, y mucho menos en ella.

Camila era plenamente consciente de que había cruzado un umbral del cual ya no había retorno, pero al ver la sonrisa adolorida de su padre, supo que había tomado la decisión correcta. Siempre había sido la niñita frágil que había necesitado y dependido de su padre para todo, pero ahora, en medio de aquella situación desesperada, debía demostrar que era capaz de mucho más que simplemente ser una cara bonita.

—Perfecto —dijo el líder de la banda, volviéndose hacia ella, luego de varios minutos de deliberación—. En una semana te asignaremos la tarea que debes cumplir. Pero recuerda —añadió, alzando el dedo índice de manera amenazante—, no trates de engañarnos. De lo contrario, no solo tu padre, sino también tu hermana, pasarán a mejor vida. ¿Entendido? Ahora hay más que unos cuantos millones de dólares en juego.

Camila tragó saliva, sintiendo el peso de la amenaza sobre sus hombros.

—¿Entendido? —repitió el hombre, con severidad.

—Perfectamente —respondió Camila, con seguridad, aunque por dentro se sentía desfallecer.

—Bien —asintió el hombre—, ¡vámonos!

Con estas palabras, el líder hizo una seña a sus compañeros para que lo siguieran, y los cinco abandonaron la mansión sin mirar atrás.

Una vez que los hombres salieron de la vivienda, esta se vio envuelta en un silencio sordo. Camila era más que consciente de que aquello no era más que la antesala de una tormenta, de algo incierto. Sin embargo, en ese momento, no tenía tiempo para pensar en ello. Por lo que, haciendo a un lado todas sus emociones, se acercó a su padre, arrodillándose junto a él y abrazándolo con cuidado mientras gruesas lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.

Sin embargo, no son lágrimas de miedo, sino de determinación; de tener la seguridad de que, pasara lo que pasara, sin importar lo que sucediera, estaba dispuesta a enfrentarse a las consecuencias de sus actos, con el único y altruista fin de proteger a su familia.

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