—¡Llegó papá, Rebecca! Vayamos a recibirlo.— Alex tomó a la niña en brazos y bajó con ella las escaleras para esperar a Manuel en la entrada.
Había visto desde la terraza que el auto negro que traía a Manuel del aeropuerto entraba por el camino de la glorieta y pensó que sería agradable ver que lo esperaban.
Al abrirse la puerta, la chica sentía genuino gozo por su llegada y esperaba que al verlas ahí él sintiera lo mismo al volver a casa, pero el rostro sombrío de Manuel tiró por tierra sus deseos. Él solo la miró con los ojos oscurecidos y ni siquiera al tomar a la nena en sus brazos su expresión cambió. Saludó a su hija, le habló por unos segundos y se la devolvió a Alex.
La chica extrañada con su actitud, tan diferente de los días anteriores preguntó con cautela:
—¿Qué sucede? Estás extraño. ¿Salió algo mal en las juntas que tuviste?
—Las juntas estuvieron bien. Por favor llama a Paula para que atienda a Becca. Tenemos que hablar.
Esas horribles palabras no presagiaban nada bueno