Carlos
Las manos de Salvia temblaban ligeramente mientras me ayudaba a ajustar mi armadura, con sus dedos demorándose sobre mi corazón. A través de nuestro vínculo, sentí su terror luchando contra su determinación de mantenerse fuerte.
—Quédate conmigo —atrapé sus manos temblorosas entre las mías—. Solo un momento.
—Debería ir contigo —sus ojos violetas brillaron con lágrimas contenidas—. Mi sanación...
—Será necesaria aquí —acuné su rostro, memorizando cada detalle—. Los heridos te necesitarán. La manada te necesitará.
—La manada necesita a su Rey —su voz se quebró levemente—. Yo necesito...
—Prométemelo —la interrumpí, incapaz de escuchar lo que necesitaba porque podría quebrar mi resolución—. Prométeme que los cuidarás, sin importar lo que pase. Que serás su sanadora, su fortaleza...
—No —agarró mi armadura, acercándome más—. No hables como si no fueras a regresar.
—Cariñito —presioné mi frente contra la suya, respirando su aroma a madreselva y lluvia—. Prométemelo.
A través de nues