Carlos
Su olor seguía en mi piel; madreselva y lluvia, con algo más… algo antiguo que despertaba a mi lobo. Me obligué a regresar mi atención a la reunión del consejo, donde las voces rebotaban contra las paredes de piedra.
—Tres ataques más en los últimos tres días —informó Gerard, señalando varios puntos en el mapa del territorio—. El patrón es claro: están midiendo nuestras defensas.
—Entonces hay que reforzarlas —gruñó Mario, uno de los ancianos del consejo— Doblen las patrullas, coloquen más protecciones…
—¿Y desgastar más nuestros recursos? —interrumpió otro integrante del consejo.
—Ya basta —no levanté la voz, pero bastó con mi tono de voz para callarlos a todos. Mi lican gritaba bajo mi piel, inquieto por las amenazas… y por lo que estaba en juego… apreté los dientes, no podía pensar en eso ahora.
Un movimiento en la puerta llamó mi atención. La señora Iverna, nuestra bibliotecaria, estaba de pie en el umbral, con esos lentes delgaditos brillando con la luz de la mañana. Su mi