Carlos
No podía dejar de mirarla.
Iris se había quedado dormida a mitad de la película, su cuerpo delgado se fue relajando poco a poco hasta que su cabeza terminó apoyada en mi hombro. Su aroma a la flor de madreselva y lluvia me estaba volviendo loco, pero no me atreví a moverme. Ella necesitaba descansar, tener un momento de paz.
Mi Licán daba vueltas bajo la piel, inquieto, desesperado por reclamar lo que los dos sabíamos que era nuestro: nuestra compañera, una segunda oportunidad en el amor. Esa realidad me pesaba en el pecho, cada instinto protector me gritaba que se lo dijera, que la abrazara y no la soltara nunca, pero recordaba el miedo en sus ojos en la despensa. Cómo se había encogido en una esquina, esperando ser castigada por buscar algo de comida. Las heridas que Marcos le dejó en el alma todavía sangraban, y yo no iba a hacer lo mismo.
Violeta me vio desde su lado del sillón, acurrucada contra Gerard, que había llegado hacía como una hora. Su mirada cómplice me hizo quere