Iris
Mi corazón latió con fuerza contra mis costillas en cuanto la presencia de Carlos llenó el lugar. El aroma familiar a pino y viento frío me envolvió, pero venía acompañado de algo más... una intensidad peligrosa que hacía que el aire se sintiera pesado.
Los labios perfectamente pintados de Matilda formaron una sonrisa falsa.
—Carlos, solo le estaba explicando a tu... invitada... que tenemos protocolos estrictos sobre la distribución de comida en la manada.
—¿A eso le llamas el hecho de acorralar a una loba traumatizada en un espacio cerrado? —su voz sonaba tranquila, pero la furia que emanaba de él era como una ola de calor. Sus ojos gris acero se habían tornado en un color ámbar, estaban clavados en Matilda con una mirada que daba miedo.
—Yo no...— empezó a decir ella, pero Carlos la interrumpió con un gruñido que nos hizo temblar a las dos.
—Lárgate —dijo con ese tono de Alfa que no dejaba opción más que obedecer. Por un momento noté la rabia en la cara de Matilda, pero en un in