Esa mañana, Andrés se duchó y salió a hablar con la fiscal de su caso, donde le informaron que la familia ya estaba fuera de peligro, que habían capturado a toda la banda de trata de personas y a aquellos que lo habían herido de gravedad, dejándolo en coma durante varios meses. Andrés, por fin, se sentía liberado; había recobrado la memoria y deseaba, por sobre todas las cosas, estar al lado de Victoria y las niñas. Quería pedirle matrimonio, ya que su hermano no aparecía y todos lo daban por muerto. Era hora de que ella rehiciera su vida al lado de él y las niñas; las criaría como sus hijas y les daría el apellido Castillo.
Un costoso anillo para pedir su mano, un ramo de rosas rojas y unos chocolates; con eso, ella seguro le daría el sí. Victoria lo amaba, de eso él estaba seguro, y él la amaba mucho más a ella.
Marcela y Daniel llegaron a la casa; la servidumbre les dio la bienvenida, pero no de muy buena gana. Daniel era un hombre prepotente y engreído que humillaba al personal qu