Desde hace diez años, Rosemary Hamilton había visto la navidad de forma diferente a los demás, para ella, era solo un día como cualquier otro, pues las experiencias vividas durante esa época del año, le había hecho pensar de esta como una estación triste y solitaria. Además de ello, una promesa había sido lanzada en dicho tiempo y sabía que esta nunca se iba a cumplir; el hombre que amó y que amaba todavía, nunca iba a regresar por ella. Nathan Rivers solo había regresado al lugar que lo vio nacer para tomarse un descanso lejos de su ex esposa y de la gran ciudad, pero no pensó que retornar a aquel pueblo le haría revivir viejas memorias y recordar una promesa olvidada hecha a su antigua novia. Él solo quería pasar desapercibido en el pueblo, ya que, al final de la temporada navideña, regresaría a la ciudad para seguir su vida, pero volver a ver a Rosemary había avivado las llamas del amor y de pasión que habían quedado de su antigua relación. Ninguno de los dos sabía lo que el destino les tenía preparado, pero parecía ser que este haría que fuera la mejor navidad para ambos. *Terminada*
Leer más*—Rose:
Cinco días.
Faltaban cinco días para navidad y aun no podía acostumbrarse a la melancolía que la embargaba cuando estas fechas se acercaban.
Soltó un suspiro y se acomodó en un sillón en su consultorio.
Era lo mismo cada año, a veces iba a fiestas que hacían sus amigos o compañeros de trabajo, pero no era lo mismo que estar en una fiesta familiar, sintiendo su cercanía. Dada estas circunstancias y como huraña que era, a veces terminaba yéndose un poco antes de las fiestas, es que no podía ver a sus allegados con sus parejas y familiares sin sentirse afligida, verlos era como si le estuvieran clavando una estaca en el corazón.
Miró por la ventana de cristal, viendo que estaba oscuro. Cuando observó la hora en el reloj de pulsera en su muñeca, se sorprendió de ver que eran cerca de las diez de la noche. ¿De qué se sorprendía? Sabía perfectamente que cuando estos días festivos estaban cerca, tendía a pasársele el tiempo trabajando y pensando en el pasado. Además, como no había nadie quien la esperaría con los brazos abiertos, a veces se quedaba haciendo turnos en el hospital y ayudando a los demás. Su trabajo a veces la hacía olvidarse de lo sola que estaba y agradecía haber estudiado medicina, esto consumía todo su tiempo.
Rosemary Hamilton suspiró.
Era lo mejor, pues simplemente no quería pasar su tiempo haciendo cosas tontas y la gente en aquella época del año era eso lo que hacía. Se olvidaban de las prioridades del día a día, olvidándose del trabajo y de otras cosas importantes. Rosemary odiaba eso y el caos que se armaba en el hospital donde ejercía durante esas fechas.
De mañana en adelante, el caos comenzará a reinar por la ciudad con más énfasis que los días posteriores.
Chasqueó la lengua y se dijo que era mejor que se fuera a hacer algo, pues, estar de ociosa le hacía pensar en la estúpida época navideña y en todo lo que traía consigo. Si, ella odiaba la navidad, aquella época festiva que llenaba a todos de felicidad, armonía y amor, lo admitía.
A diferencia de los demás, no la veía así. Para ella era como una temporada negra, solitaria y triste. Odiaba la navidad porque esa época la había marcado varias veces su vida, ofreciéndole trágicos sucesos como si fuera una bendición cuando era todo lo contrario.
Su mano viajó hacia su vientre, pero la dejó caer rápidamente.
Se dijo que no iba a evocar esos eventos, pero una vez que comenzaba, no podía detener su cerebro de seguir. Se maldijo mientras agarraba su cabeza con sus manos, tratando de bloquear todo, pero fue una acción fallida.
Recordó cómo estos eventos sucedidos en su vida, los cuales la habían marcado, la habían hecho detestar la época con tanto ahínco que ya todos sabían lo mucho que odiaba la misma y no trataban de hacerla cambiar de parecer. ¿Cómo podría amar la navidad si le habían pasado tantas cosas malas? Solo una gente demasiada positiva de la vida vería la navidad diferente y ella no era para nada una persona positiva.
Su vista se plantó en su mano derecha, en donde reposaba, desde hace varios años, los anillos de casados de sus fenecidos padres y en la muñeca, una estúpida pulsera de hilos que aún no había visto su fin. Miró con desprecio la pulsera en su muñeca.
¿Por qué seguía teniendo esa b****a allí todavía? Era un regalo que le había hecho su ex novio, quien creyó que era el amor de su vida y que estaría por siempre a su lado.
Una carcajada ironía salió de lo más profundo de su ser y lanzó la otra mano para quitarse la estúpida pulsera, pero se detuvo y la dejó allí. A pesar de que su novio la había abandonado, Rosemary aún conservaba la pulsera por simple creencias, que ella, como una persona de ciencia, no debería de estar siguiendo. Su ex novio no cumpliría su promesa, sabía que este no regresaría a aquel pequeño pueblo sin progreso a buscarla cuando ya tenia su vida hecha.
Procedió a quitársela, diciéndose a sí misma que debería liberarse de aquel recuerdo doloroso de una vez por todas, pero cuando lo estaba haciendo, tocaron la puerta de su despacho y la misma se abrió impetuosamente. Rosemary miró hacia allí. Una mujer con el pelo rubio platinado entró rápidamente en el consultorio y se acercó a ella sonriente.
—Hola Rosé —saludó la recién llegada.
No pudo evitar hacer una mueca al ver a su amiga de infancia, Jessie Marlowe ahora Miller. Jessie sonreía tan alegre que cualquiera se empaparía de su alegría, pero no Rosé, por más que su amiga lo intentara, no podía sonreír como ella.
Aun así, la mueca que hizo, a Jessie le había parecido una sonrisa.
—¡Vamos! —exclamó Jessie—. Sonríe con ganas, Rosita Fresita —dijo con diversión mientras la llamaba por el apodo que habían utilizado hacia ella desde que era una mocosa, todo por su nombre y por el color de su pelo que era rubio fresa natural. Algo estúpido y Rose pedía que ya no la llamaran así, pero Jessie, seguía insistiendo.
—¿Cuándo vas a dejar ese apodo tan infantil? —preguntó cansada mientras clavaba su mirada de color verde en la azul de Jessie.
—Ya te he dicho que solo lo dejaré cuando me muera, Rosemary —bromeó Jessie, pero la broma no llegó a la mencionada. Odiaba cuando la gente bromeaba con su muerte como si fuera nada y Jessie sabía que odiaba estas cosas.
Jessie se dio cuenta de lo que dijo e hizo una mueca.
—Lo siento —se disculpó su amiga.
Rosemary se encogió de hombros.
—Está bien —aceptó—. De todos modos, algún día todo el mundo va a morir—dijo sin tacto y observó como su amiga la miraba con mucha sorpresa.
—¡Rose! —exclamó Jessie unos momentos después— ¡Por Dios! ¡Se un poco positiva! —gritó viéndose horrorizada.
Era la verdad. Como mujer de ciencia, no podía estar pensando que la vida era eterna. Todos pasábamos por aquí rápidamente, deteniéndonos un poco para lograr ciertas metas en nuestras vidas, pero al final, la meta final era la muerte. Aunque se lamentaba de la muerte de sus padres, sabía que, si estuvieran vivos, estaría perdiéndolos por igual.
Rose hizo un ademán de manos.
—Es simplemente la verdad, es el ciclo de la vida —dijo sin importancia.
—Ya entiendo porque estudiaste medicina —comentó Jessie dejando su despegamiento—. No le das mucha importancia a la muerte —dijo con dureza.
Rose arqueó las cejas. ¿Qué tenía que ver eso con lo otro?
—No te sorprendes cuando ves a una persona sangrando o muriendo —continuó su amiga.
La verdad es que sí se sorprendía, solo a veces. Cuando vio la primera persona en emergencias fallecer, recordó la muerte de sus padres y se sintió horrorizada por varios días, pero el trabajo de campo te hace duro. Al final te endureces tanto que muy pocos casos te afectan.
—Es porque estoy acostumbrada —comentó Rose con la misma paz de antes.
—Debes de ser un poco más sensible, si sigues así, nunca encontrarás pareja.
Rosemary le dio una mala mirada a su querida amiga y esta se rió nerviosa para luego murmurar una disculpa. Rose suspiró e hizo un ademán de manos, restándole importancia. Así era su amiga, una mujer sin tacto y demasiada directa, pero aun así Rose la quería mucho.
Le dio una larga mirada a esta. Jessie comenzó a jugar con el final de su coleta rubia, cosa que hacía cuando soltaba uno de sus comentarios que cruzaban la línea. Por más pasada de la raya que fuera, Rosemary la amaba como quiera. Siempre había estado allí a su lado. Aunque no estaba siempre, pues tenía sus prioridades con su familia, pero, aun así, estaba allí y Rosemary se lo agradecía mucho.
Jessie era una mujer tan vivaz que era difícil odiarla. Era tan feliz, pero era obvio que debía de estarlo. Estaba casada con un buen hombre y había formado una hermosa familia con este. Rosemary admitía sentir de vez en cuando envidia por lo que tenía su amiga, porque en el fondo, muy raras veces deseaba tener lo mismo, pero dudaba que algún día lo tuviese. Todos en el pueblo la conocían como la Huraña Rosemary y los hombres de su edad, de los cuales podría ser pareja, o estaban casados o ni vivían allí.
Soltó un pesado suspiro. Por eso odiaba la navidad, solo en esta época era que se sentía de esa manera, tan solitaria. Los demás meses del año lo pasaba sin problemas y sin pensar en su soledad. Solo esperaba que esta vez, la festividad pasará pronto.
—Rosemary… —escuchó que su amiga la llamaba.
Fijo su vista en su compañera, notando como Jessie la había llamado. Esta solo usaba su nombre completo cuando iba a regañarla y se ponía seria.
—¿Sí? —preguntó Rose.
—¿Por qué te la estabas quitando? —preguntó Jessie mirándola seriamente.
¿Quitando?
Rosemary arqueó las cejas un tanto confundida y su vista rápidamente se desvió hacia la pulsera de hilos en su muñeca. Ah, a eso se refería. Rose trató de volver a atarla, pero se detuvo. Quizás debería hablar con su amiga de esto seriamente. No podía seguir usando algo por una promesa o por una estúpida creencia.
—Creo que ya debería deshacerme de esta —le informó a su amiga y Jessie ahogó un quejido.
—¡No puedes! —exclamó— Tienes años con ella y déjame decirte que está muy bien hecha —le dijo y Rosemary asintió.
Otra pulsera de hilos estaría desgastada después de tanto tiempo, pero esta seguía intacta. Los hilos de color negro y rojo debían de ser de muy buena calidad y la persona que la había hecho, debió usar mucha fuerza para atarlos estéticamente. No había un hilo fuera de su sitio.
—La pulsera que Sean me regaló hace tiempo que murió, pero la tengo guardada en mi baúl de recuerdos, bueno al menos los retazos de ella —escuchó que Jessie continuaba.
Rosemary recordó que cuando estuvo saliendo con el chico que dijo ser el amor de su vida, el hermano mayor de este estuvo detrás de los huesos de Jessie. Antes de que ambos chicos decidieran abandonar la ciudad que los vio nacer para buscar un mejor porvenir, Sean Rivers le obsequió una pulsera de hilos de color negra y azul a Jessie mientras que Nathan Rivers, quien había sido el novio de Rosemary, le entregó la que todavía llevaba en la muñeca.
—…es algo raro que aun la pulsa esté viva —continuó Jessie sacando a Rosemary de sus pensamientos—. Con todo lo que ha pasado.
Rosemary asintió. Había pasado de todo en su vida, pero la pequeña perra seguía intacta en su muñeca, como si nada hubiera pasado. ¿De qué diablos estaba hecha? ¿Era con el cabello de un demonio o algo así? Quizás estaba bañada en agua bendita y no lo sabía.
—Creo que deberías dejártela puesta —sugirió Jessie y Rosemary dejó de mirar la pulsera para enfocar su vida en su amiga.
¿Por qué debería hacerlo? ¿Por qué debería seguir usando esa estúpida pulsera?
Rosemary había estado usando aquel objeto por casi 10 años, llevando con ella una promesa que le había hecho el amor de su vida. Recordaba que cuando Nathan Rivers se la obsequió y la colocó en su muñeca, él mismo había dicho que volvería por ella y la sacaría del pueblo para que vivieran juntos.
Una risa irónica salió de ella.
Nathan no había regresado al pueblo y tampoco volvería, este no tenia nada que buscar allí.
Había escuchado de los chismosos del pueblo sobre los éxitos del mismo, sobre su matrimonio y su gran empresa.
Un hombre de su calibre no volvería a un pueblo que no tenía futuro. Él nunca volvería a aquel pueblecito y menos a estar con ella.
*—Rosemary: Eran cerca de las doce de la madrugada cuando regresaban a su apartamento. Nathan había llamado a un chofer para que los llevara, pues al final terminó bebiendo alcohol y no había querido conducir, aunque la cantidad ingerida haya sido mínima, por lo cual, de camino a casa, estuvieron sentados en el asiento trasero acurrucados y tomados de la mano. Rosemary no dejaba de pensar en la última pregunta de la señora Rivers y en lo que esto significaba para ellos. Había cierta información, cierta relevación que tenía que sacar a colación esa noche. Lo había retrasado por mucho tiempo, pero sentía que este debía de ser el día en que por fin lo sacara de su ser. Nathan se merecía saberlo más que cualquiera, pues era su pareja y la persona con la cual pasaría el resto de su vida si Dios se lo permitía. Se propuso hablar de ello cuando estuvieran en casa, pero ni bien la puerta de la entrada de cerró a sus espaldas, Nathan la tomó e
*—Rosemary: La boca de Rosemary volvió a caer mientras veía a su amado frente a ella pidiéndole matrimonio. Oh. Dios. Mio. Se llevó rápidamente las manos a la boca, cubriéndosela y sintiendo como sus ojos se llenaban de lágrimas. Sintió su corazón comenzar latir rápidamente y como su cuerpo empezaba a sudar. Nathan le estaba pidiendo matrimonio y esto era un sueño que deseo que se pudiera cumplir, pero que se había perdido dada las circunstancias y la rapidez de su relación. Aunque antes había dicho que era todo muy rápido, viéndolo sobre una de sus rodillas frente a ella, extendiendo un hermoso y perfecto anillo y sonriendo tan hermosamente le hacía olvidarse de las palabras dichas hace un breve momento. Esto era muy diferente a lo que había pensado. —¿M-me estas pidiendo matrimonio? —le preguntó Rosemary aun sin creérselo. —No lo había hecho formal hasta este entonces porque quería darte tiempo, pero… —su vista se volvió hac
*—Rosemary: Bajaron del todoterreno y con las manos entrelazadas, caminaron hacia dentro de la casa. Ni bien llegaron a la entrada, el mayordomo de la edificación, les abrió la puerta. Rosemary saludó animadamente al hombre que había visto la última vez que estuvo allí y este les dio la bienvenida. Elías, el mayordomo, los guió hasta un enorme salón, en el cual estaban ya sentados los miembros de la familia Rivers. Varios pares de ojos de distintos colores se fijaron en ellos ni bien entraron. Rosemary se sintió cohibida. Esta atención era demasiada y no sabía porque se sentía así, ya había pasado por esto aquella vez que Nathan la trajo cuando Rosemary visitó por primera vez Los Ángeles. ¿Qué había cambiado? La madre de Nathan, Jane, saltó de felicidad del sofá donde había estado sentada junto a su esposo Frederick, para ir hacia ellos. Literalmente arrancó a Rosemary de los brazos de Nathan y la llenó de besos. Rosemary debía de admitir que
*—Rosemary: Un año más tarde… Había pasado un mes desde que vino a la ciudad de los Ángeles a vivir ya fijamente con Nathan, pero un año desde que aceptó lo inevitable y eso había sido volver a ser feliz junto al hombre que siempre había amado. La navidad pasada, Nathan y Rosemary volvieron a encontrarse luego de diez años separados y con este encuentro, volviendo a nacer de las cenizas de su viejo amor. Este tenía ciertas cosas del pasado, pero a la misma vez era uno nuevo, con nuevas promesas y un gran futuro por venir. Habían pasado unos maravillosos días, pero al finalizar las fiestas, Nathan tuvo que regresar a su vida lejos de Seasons, con la diferencia de que la promesa hecha esta vez, era real. Y muy real. Como había predicho, Nathan volvió una semana después de irse y volvió la semana después de esa. Este volvió una vez más a final de enero y para San Valentín por igual. Rosemary sabía que el
*—Rosemary: Después de tanto tiempo, de tantos años en sufrimiento, Rosemary podía decir, a boca llena esta vez, que había pasado la mejor navidad de todas. Su vista se movió hacia la pulsera de rosas rojas que estaba alrededor de su muñeca, la cual le traía buenos recuerdos. Luego de que casi perdía a Nathan por estar de testadura y de miedosa, y fue a buscarlo a Springvalley, llorando porque lo había perdido y sorprendiéndose porque Nathan aún seguía allí, las cosas entre ellos habían mejorado. Habian regresado al pueblo y habían pasado el día de navidad juntos, en todo el sentido de la palabra. Ni bien cruzaron el umbral de la puerta de entrada de la casa de Rosemary, este la tomó entre sus brazos y la llevo al segundo piso para hacerla sentir viva nuevamente. No fue hasta la noche que salieron de la habitación para ir a cenar con Jessie y los demás, para festejar por su regreso y por los días venideros. Rosemary se había
*—Nathan: Escuchar a Rosemary decir con mucha decisión en su tono de voz que venia a recuperarlo, lo emocionó de sobremanera. No había esperado escuchar a su amada decir dichas palabras, era muy emocionante y quiso saltar por esta, pero se contuvo. No quería saltar hasta que escuchara las palabras correctamente, así que esperó por Rosemary. —Se que es loco, yo todavía no lo creo, pero desde que regresaste, has hecho que me replantee ciertas cosas en mi vida. Después de tanto tiempo, me hice tantas preguntas sobre mi futuro, preguntándome a mí misma si estaba bien la manera en la que vivía y si estaba siendo feliz con mis acciones —comenzó está diciendo y desvió la mirada lejos de la suya. Se veía muy tímida y eso la hacía linda. Antes Rosemary se había visto decidida, pero nunca tímida—. Sabes que odio la navidad, para mi esta época, desde hace diez años, siempre ha sido la peor. He perdido tantas cosas y ver a todos siendo felices a mi lado,
Último capítulo