Serena
Ruth había sido la única, aparte de Carlos, que había sido amable conmigo y me trataba bien, por lo que disfrutaba pasar tiempo con ella en la cocina. A veces cotilleábamos sobre cosas al azar, y yo obtenía información vital sobre la manada.
Ella tomó una cucharada humeante de sopa de tomate de la olla y me pasó el cucharón con cuidado. Soplé suavemente sobre la cuchara para enfriar el líquido y di un sorbo. Los sabores intensos danzaron en mis papilas gustativas, el calor del caldo era como una caricia reconfortante para mi garganta irritada.
—Está deliciosa —murmuré, con ganas de tomar otra cucharada.
Ruth se rio al notar que miraba la sopa con ansias.
—La comerás en el almuerzo —dijo.
Mis ojos se iluminaron ante eso, no podía esperar para comer sopa. Sin embargo, el pequeño momento de paz se vio empañado por las voces de las chicas al otro lado de la cocina.
—Parece un palillo. ¿No tiene lobo? —ellas también lo sospechaban, por lo que me tensé.
—Sería bueno que no lo tuviera