La luna llena se alzó en lo alto, como un testigo plateado y silente del momento más esperado por la manada Luna Llena. Su luz bañaba el círculo ceremonial, tiñendo los rostros con un brillo sereno, casi irreal. El silencio era reverencial, ni siquiera el viento se atrevía a interrumpir.
Todo parecía contenido en un suspiro sagrado. Las antorchas titilaban como estrellas bajas, y las flores de luna, que solo florecían una vez al año, rodeaban el altar natural donde Ares e Isabel se encontraban, unidos por el destino, por la sangre y por algo aún más poderoso: el amor que habían reconstruido con cicatrices.
Ares, imponente en su atuendo ceremonial de lino oscuro y detalles de oro, sostenía entre sus manos las de Isabel. Por primera vez, ella no temblaba, por primera vez, sus ojos reflejaban fuerza, certeza y amor, no de cuento, amor real, doloroso e inquebrantable.
—Yo, Ares del clan Luna Llena. —Dijo con voz profunda, resonando en los corazones de todos los presentes. —Juro por mi