La tormenta aún no caía, pero el cielo parecía a punto de estallar.
Gloria contemplaba el caos desplegarse con una serenidad escalofriante. Los gritos le llegaban como ecos lejanos, casi hermosos, como una melodía cuidadosamente compuesta para sus oídos.
Detrás de ella, uno de sus aliados emergió de las sombras.
—¿Quieres que actúe? —Gloria ladeó el rostro, con esa sonrisa altiva que se volvía más peligrosa entre menos expresaba.
—No, aún. —Susurró. —Déjalo correr, déjalo quebrarse. Quiero verlo rendirse desde adentro, deshecho... Solo entonces tomaré el lugar que me corresponde. —Un trueno lejano vibró en el horizonte, como una promesa.
Ella cerró los ojos por un instante, inhalando el aroma de la desesperación que se extendía desde el bosque hasta el castillo. Era exquisito. La desesperación tenía un aroma dulce, casi floral, casi perfecto. Porque pronto, ese aroma se vería mezclado con algo más: sangre y con eso, el fin de todo lo que Ares creía poseer.
Abajo, en los caminos de la