La sonrisa de Valeria se congeló en su rostro, un destello de pánico brilló en sus ojos.
Rápidamente cambió a una expresión de indignación.
—¿Cómo pudo pasar esto? Solo la Luna y yo manejábamos ese proyecto. La Luna no... ¿verdad?
Antes de que Gabriel pudiera responder, la alarma de emergencia retumbó en toda la Casa de la Manada.
—¡Alfa! ¡La patrulla de la frontera este no ha reportado en tres horas!
—¡Alfa, perdimos contacto con los puestos del norte!
La sangre de Gabriel se heló. Esos eran puntos críticos de defensa que Aria había establecido y gestionado durante años.
Valeria corrió hacia él, sujetándose dramáticamente el brazo vendado contra el pecho.
—Alfa, sé que estás abrumado. Déjame ayudarte. He estado estudiando las estrategias de defensa de la Luna. Puedo coordinar las patrullas mientras tú manejas la crisis.
Gabriel dudó. La manada estaba en caos, y él se ahogaba en informes y protocolos que antes siempre resolvía Aria sin dificultad.
Contra su buen juicio, asintió con un