Apagó su cigarrillo.
Camino con elegancia hacía la parte superior de su enorme recibidor. El hombre de cabellos blanquecinos reparto en su presencia.
— Mi hermosa mujer— Murmuró.
Odette sonrió con simpatía. Con su muerte llegaría una enorme herencia a su nombre.
Era la única manera que ella conocía de poseer al corazón herido. De crear una alucinación de amor.
Su idea del amor.
Algo que jamás se había permitido sentir.
— Henry. ¿Me amas?— Preguntó.
El hombre con una sonrisa. Acarició su pierna desnuda. Caminando hacia su pecho. Dónde bajó el tirante de su camisón.
— Claro que te amo belleza.
Amor. Amor. Amor.
¿Qué era eso para Odette?
— Entonces, acepta el caso de Giovanny Arcuri. O al menos el de Sera Llilvian— bajó la cabeza.
— Lo intentaré. Pero primero debes convencerme.
Henry era juez. Juez legal. Líder de un gran buffett de abogados.
El camino estaba trazado.
— Entonces déjame consentirte un poco ¿Quieres?
— Por supuesto belleza. Sabes, pensé que eras diferente.