—¡Suficiente! —Domingo Moretti estampó la taza de café sobre la mesa—. No quiero oír el nombre de esa hija malagradecida en el desayuno.
—¡Domingo, por favor, tiene que oírme! —Antonio casi lloraba—. La señorita Alessia no responde. Creo que ella está…
—¿Está qué? —por fin alzó la vista Marco, la impaciencia cincelada en el rostro—. ¿Comportándose?
Carina fingió preocupación. —Papá, tal vez deberíamos ir a ver a mi hermana. ¿Y si realmente no se siente bien…?
—¡Ella está fingiendo! —Marco se puso de pie—. No sería la primera vez. Está bien, iré a ver qué tipo de drama está montando ahora.
Domingo y los demás lo siguieron hasta la celda. En la puerta, Marco le lanzó una patada a la reja de hierro.
—¡Alessia! ¡Deja de hacerte la muerta! ¡Levántate!
Por dentro solo hubo un silencio absoluto.
—¡Dije que te levantes! ¿Me oyes? —la voz de Marco subió de tono.
—Domingo —dijo Antonio con la voz temblorosa—, en serio, no creo que esto esté bien…
—¡Muévete! —Marco empujó a Antonio y mi