Capítulo 28. El filo de la razón y el deseo
El eco de las risas aún flotaba en los pasillos cuando la mansión quedó en silencio. Mariana se despidió temprano, Damon también; la casa se cerró sobre mí como si guardara un secreto que ardía en cada rincón.
Subí las escaleras despacio, pero antes de llegar a mi cuarto escuché el leve crujido de una puerta en el estudio. Una luz tenue se filtraba por la rendija. Mi corazón se agitó. Sabía que él estaba allí.
No lo pensé dos veces. Empujé la puerta y lo vi, sentado tras el escritorio, con una copa entre las manos. Alejandro me miró de golpe, sus ojos grises estaban cargados de algo que no supe si era enojo, deseo… o ambas cosas.
—Deberías estar en tu habitación —me dijo, con esa voz grave que siempre me sacudía hasta los huesos.
—No podía dormir —respondí, aunque lo cierto era que la intranquilidad me arrastraba directo hacia él.
—Vives con somnolencia —dijo.
Hubo un silencio denso. Él se levantó despacio, apoyando la copa sobre la mesa, y se acercó hasta quedar frente a mí. Su proxi