Capítulo 23. La confesión del secreto
La semana terminó como si el bosque se hubiera quedado dentro de mi piel. Regresamos el domingo de la cabaña, con la promesa silente de guardar en secreto cada huella de lo que pasó allí.
La paz del lago y el silencio de los pinos contrastaban de forma brutal con el tráfico de la ciudad y el rumor de la mansión.
Alejandro condujo serio, como quien ya se pone de nuevo el antifaz de la ciudad. Su rostro había vuelto a ser de piedra, el profesional que lo controlaba todo, pero de vez en cuando, me lanzaba una mirada fugaz y un rastro de la vulnerabilidad de la cabaña volvía a aparecer.
Yo intenté imitarlo, pero mis labios aún me delataban con sonrisas pequeñas, y mis ojos, de vez en cuando, se escapaban hacia él, buscando un rastro de lo que éramos en la soledad del bosque.
El lunes por la tarde, Fabio me buscó. Lo vi desde la ventana de la biblioteca. Caminaba con un aire de propósito, su postura era firme y su rostro muy serio. Me encontró en la terraza, cuando el sol ya empezaba a dec